miércoles, 24 abril, 2024

CARDENAL BOCOS… LA ENTREVISTA

Desde que se hizo pública su designación como nuevo cardenal de la Iglesia, Aquilino Bocos se ha prodigado en los medios. Entrevistas y preguntas a quien, hasta ahora, era una figura anónima que había formado parte de este proceso de años denominado «renovación de la vida religiosa». Aquilino fue director de nuestra revista en los años 70 del siglo pasado. Desde entonces no se ha desligado de ella y continúa entre nosotros asesorando eficaz y constantemente a la dirección. Por eso, quien quiera conocer adecuadamente la figura del nuevo cardenal debe acercarse a ésta, la entrevista al nuevo cardenal en «su casa».

La primera pregunta es casi obligada, ¿cómo está viviendo estos días en los que tras el nombramiento del Papa su vida se ha convertido en noticia?

Siento paz y serenidad. El nombramiento llegó el día de Pentecostés, día de conmoción y de misión. Coincidió que las semanas previas  había estado preparando un texto para un encuentro de claretianos en Guatemala sobre la misión evangelizadora del P. Claret. Releyendo su autobiografía rememoré la importancia que daba al prójimo, al pueblo y a los pobres. A ejemplo de Jesús y de María, su misión está tejida de cercanía, testimonio, compasión y mansedumbre. Estas reflexiones contribuyeron, sin duda, a acoger con espíritu claretiano la sorpresa del nombramiento y me permitieron redoblar la disponibilidad para enfocar esta nueva etapa de mi vida misionera.

En lo más íntimo siento paz porque experimento la misericordia de Dios. Este nombramiento viene a ser una llamada más intensa a poner a Cristo en el centro de mi vida y ayudar a que otros hagan otro tanto.  Soy misionero claretiano y esta vocación es el quicio en torno a lo cual giran todos los acontecimientos de mi vida.

¿Cuál es el pensamiento que más reitera en estos días?

Las palabras de Jesús, el buen Pastor: “Yo he venido para que tengan vida”. También las que dice en el discurso de despedida en la última cena: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”. El servicio a la Iglesia y la ayuda al Papa en esta nueva etapa de evangelización se sobreponen a cualquier otro sentimiento o pensamiento. Evoco las palabras de San Pablo:  “Con gusto me gastaré y desgastaré” por la Iglesia y, en especial, por la vida consagrada, que es lo que he venido haciendo en años atrás.

¿Podemos afirmar que su designación como cardenal responde, entre otras cosas, a un decidido apoyo del Papa a la vida consagrada? ¿Cree que en este tiempo la Iglesia necesita una vida consagrada más  ágil y comprometida?

Respecto a lo primero. Es lo que parece desprenderse de la Bula para la ordenación episcopal. Por otro lado, así lo están entendiendo los religiosos y religiosas en sus mensajes de felicitación y ofrecimiento de oraciones, que agradezco de verdad. El Papa va ofreciendo signos claros de aprecio a la vida consagrada. Comenzó su pontificado nombrando al Secretario de la CIVCSVA, Mons. José Rodríguez Carballo, Ministro General de los Franciscanos. Conocemos la relación fluida mantenida con las Superioras y Superiores Generales, la dedicación de un año a la Vida Consagrada y las entrevistas y alocuciones a lo largo del mismo… La CIVCSVA acaba de publicar un volumen sobre “La vida consagrada en el magisterio Pontificio”. Repasando todas sus intervenciones se ve cuál es su aprecio y qué tipo de vida consagrada desea.

La vida consagrada ocupa un puesto esencial en la Iglesia. Lo dijo el Concilio y lo han subrayado los pontífices Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI. El sínodo sobre la vocación y misión de la vida consagrada con su exhortación postsinodal resaltó el origen trinitario y el fundamento cristológico y eclesial de esta vocación y apostó por una vida consagrada más carismática, más significativa, más profética y más misionera.

Quiero resaltar que el magisterio de los Pontífices y de la CIVCSVA ha sido iluminador y confortador. Por diversas causas no les llega a todos los miembros de la Iglesia y se privan de una visión certera de lo que es y significa la vida consagrada en el Pueblo de Dios.

En cuanto a la segunda parte de la pregunta es claro que hoy se le pide a la vida consagrada más agilidad y mayor compromiso si quiere ser inequívoco testimonio de que el mundo no puede ser transformado sin el espíritu de las bienaventuranzas. No solo se le pide lucidez, sino coherencia evangélica y atrevimiento para proclamar la verdad, la libertad y el amor. Confío en el curso de nuestra historia de salvación, pero la confusión, la tergiversación de valores y las veleidades tienen que ser contrarrestadas, no solo con palabras, sino con actitudes y comportamientos de personas “transfiguradas” que reflejan la forma de vida que Jesús eligió, señalándola como valor absoluto y escatológico. Recordemos la reiterada invitación del Papa: “¡Despertad al mundo, iluminadlo con vuestro testimonio profético y a contracorriente!”.

Señale algunas figuras de la vida consagrada que le han influido decisivamente en su reflexión y siguen teniendo plena actualidad.

Voy a señalar cuatro personas que, en contacto con ellas, me han impactado. Una ya está canonizada y tres en proceso de beatificación.

Sigo guardando grata memoria del P. Pedro Arrupe. Le conocí en 1972, al poco tiempo de iniciar el servicio a la vida consagrada como director de esta revista. Hasta que falleció tuvimos frecuentes encuentros y conversaciones. Publicó varios escritos en esta revista, participó en una de las Semanas Nacionales organizadas por el Instituto de Vida Religiosa. Fui a visitarle con frecuencia cuando estaba enfermo. Me regaló su última obra: “En él  solo… la esperanza”. Fue un hombre de visión y de compromiso, de altas miras y gran realismo. Sobre todo, era un hombre de Dios, un fiel hijo de Ignacio de Loyola. Escuchaba, acogía y daba su consejo desde la fe y el evangelio.

Los encuentros con la Madre Teresa de Calcuta fueron momentos de gracia. Esta revista le hizo una entrevista cuando no era tan conocida. Luego tuve contacto con ella en Calcuta y en Roma, en dos sínodos. Me hizo mucho bien ver de cerca su obra con los más pobres y desechados de la sociedad. Me produjo alegría comprobar su servicio a la congregación claretiana dirigiendo a un buen número de estudiantes y padres jóvenes en la India. Tuvo la delicadeza de pasar en la capilla del seminario la ceremonia de la beatificación de los Mártires de Barbastro. Hicimos un proyecto de fundar en China, que no pudo realizarse y compartimos las inquietudes de la espiritualidad cordimariana, que animan nuestros institutos. Su figura y sus palabras rezumaban evangelio. Invitaba a la oración y a tender las manos a los necesitados.

El Hno. Basilio Rueda, Superior General de los Maristas. Siendo director de esta revista tuve varios encuentros con él en la Unión de Superiores Generales, en la primera Semana Nacional de Vida Religiosa y, sobre todo, en casas de los maristas de Roma, Madrid y Los Molinos. Establecí con él una gran amistad. En los últimos años de su vida le visité en México y recordamos tiempos pasados de creatividad y empeño en la renovación. Me entregó para su publicación algunos libros, que eran otras tantas circulares suyas, sobre la oración, la obediencia y el proyecto comunitario. Lo que más admiré en él fue su sencillez, su apertura a lo diverso, su calidad humana en las relaciones, su entusiasmo por la renovación conciliar, su afán por recrear la vida comunitaria y ponerla en el centro de la vida religiosa, su visión pastoral del gobierno, su preocupación por la formación de los hermanos a todos niveles.

Desde otro punto de vista, evoco la figura del Cardenal Eduardo Pironio. El papa Pablo VI hizo un gran regalo a la vida consagrada  nombrándolo Prefecto de la Congregación de Religiosos. Fue asiduo conferenciante durante los años posteriores. Ofrecía sus reflexiones y sus libros a Publicaciones Claretianas. Su capacidad para establecer una entrañable amistad con las personas revelaba su gran corazón. Su entrañable amor a la vida consagrada fue notorio. Aprendí mucho de él. Más allá de la visión que tenía de la renovación de la vida consagrada, que era profunda, me enseñó, desde su experiencia, a sufrir y a amar.  Aún recuerdo aquella advertencia que me hizo en una ocasión en que me vio apegado a viejos proyectos: “Aquilino, hay que sacrificar el hijo”.

¿Qué experiencias de vida consagrada le han impactado?

He tenido el gozo de compartir con religiosos y religiosas que están presentes y trabajan en distintos lugares de marginación, pobreza, cárceles, leprosarios, hospitales, escuelas rurales. No puedo olvidar el paso por los barrios  marginales de Abiyán, de Calcuta, de Puerto Príncipe, Manila,… Me impactó el trabajo de los religiosos en Timor Leste y Timor NTT al producirse la independencia. Desde otro punto de vista, me afectaron las visitas a comunidades en Rusia, Nigeria, Kenya, Uganda, Tanzania, Camerún, Colombia, Honduras, El Salvador, Guatemala, México, Argentina, etc. Las misiones de vanguardia misionera abren los ojos y ensanchan el corazón. Ante la dificultad surge la comunión, la mutua ayuda, tanto espiritual como material. Hay latitudes con experiencias evangélicas y evangelizadoras muy ricas que no están en la vieja Europa. Hay que palpar las nuevas vocaciones religiosas, la acogida, la alegría, la solidaridad entre ellas en Asia, África y América Latina antes de pronunciarse sobre el estado de la vida religiosa en la Iglesia.

Su larga trayectoria de misión ha estado marcada por tres ministerios: la formación, la reflexión filosófico-teológica –muchos años en nuestra revista vida religiosa–  y el servicio de animación y gobierno. ¿Podría ofrecernos las urgencias que en los tres percibe para este tiempo?

Formación y gobierno son dinamismos esenciales en la vida de los institutos, como lo son también en la Iglesia y en la sociedad. La reflexión filosófico-teológica abre horizontes, ilumina y da consistencia a las decisiones que se han de tomar. No hay buena formación ni buen gobierno si no se sabe dónde nos hallamos y hacia dónde vamos. La formación y el gobierno precisan hoy “odres nuevos”,  nuevas actitudes de habilidad y disponibilidad al cambio social, cultural y eclesial. Requieren mayor agudeza para captar lo que nos está  pasando en este mundo sin tiempo y con la escala de valores en desconcierto, sin olvidar los perfiles propios del carisma recibido. Solo se construye desde la diferencia y la belleza de la vida consagrada que se halla en la diversidad de formas de expresar el seguimiento de Jesús y la comunión de las partes en el Cuerpo. La armonía de las vocaciones  hace resplandecer el rostro de la Iglesia.

En estas áreas es imprescindible aprender a propiciar encuentros, a escuchar al otro, a relacionarse con las personas y con las comunidades, a cultivar la calidad de la presencia en el grupo, a incentivar proyectos, a acompañar a las personas y a los grupos. El equipo de formación y de gobierno se hace dinámico y constructivo cuando reina entre todos la confianza y la generosidad.

Considero apremiante la selección y preparación de formadores y superiores. Hay que preparar a las personas elegidas para formar, para gobernar y para saber dejar estos servicios. Hay muchos formadores y superiores que no saben que se ha acabado su tiempo y que toca a otros formar y gobernar.

Un cardenal, Arturo Tabera, fue el iniciador-inspirador de la revista Vida Religiosa. Otro cardenal, Aquilino Bocos, sigue dedicando su reflexión a esta publicación para hablarnos de una vida consagrada del siglo XXI. A las puertas de la celebración de los 75 años de la publicación que se cumplen en 2019, ¿cuál es el rasgo inspirador que ha mantenido vivo la revista Vida Religiosa desde sus orígenes?

Acompañar la vida religiosa. Este ha sido el rasgo más significativo y constante a lo largo de los 75 años de la revista. Ha informado y ha invitado a reflexionar; ha sugerido y ha incitado a la renovación; ha transmitido el pensamiento de la Iglesia e iluminado con la colaboración de teólogos, teólogas, biblistas y especialistas en espiritualidad, formación, derecho, historia, etc. La revista ha sido faro y ha sido brújula. Me gusta comparar la vida religiosa como el cauce de un río. La revista lo ha estado siguiendo y ha intentado que el agua no se estancase. Porque ha estado atenta a la vida, que tiene su curso, ha podido acompañarla  y celebrarla gozosamente. La revista Vida Religiosa es un gran coro que ayuda a revivir los carismas y servicios esparcidos por todo el mundo. La revista es obra de todos y, por eso, se procura que colaboren miembros de distintas formas de vida: contemplativa, monástica, conventual, institutos apostólicos, etc. No solo se hace presente en 80 países, sino que procura que quede reflejada la universalidad de la vida consagrada en su pluriformidad y pluriculturalidad.

La revista va a seguir abierta al Espíritu y en discernimiento constante. Ayudará a vivir la alianza desde la búsqueda, la escucha y la acogida. Animará a vivir con alegría y a ser testigos de la alegría en el seguimiento de Jesús y en el cumplimiento de las radicales opciones que convenga ir haciendo, como son los procesos de crecimiento personal y comunitario y de transformación estructural. Promoverá la calidad de vida evangélica que la haga disponible para compartir las angustias y esperanzas de los pobres. Todos somos hermanos, discípulos y apóstoles y, desde esta convicción, fomentará, como siempre lo ha hecho, la comunión de carismas y ministerios y de las diversas vocaciones en la Iglesia. Ayudará a salir, caminar y atravesar las fronteras existenciales, culturales y geográficas. Va a seguir despertando inquietudes, haciendo propuestas, incitando a nuevos compromisos para que Dios Padre sea conocido, amado y servido y todos los hombres formen una sola familia. Nada, pues de autorreferencialidad y pensar más en ser fecundos desde la misericordia que Dios nos tiene y desde la que debemos acercarnos a los demás.

Usted lee la situación de la vida consagrada como «un relato del Espíritu», hay personas en nuestra sociedad, incluso en la Iglesia  que, sin embargo, solo perciben declive, ¿qué les diría?

Son varios los puntos de vista para valorar la situación de la vida consagrada. Uno es el de los números, las edades, las obras (colegios, parroquias, clínicas, centros sociales, etc). Otro punto de vista es el de la relevancia social, la eficacia, la influencia, el prestigio… Un tercer punto es lo local, es decir, ver lo que sucede a nuestro alrededor o en Europa,  y lo universal, que sería alargar la mirada a otros continentes. Pero hay otra forma de ver más importante y decisiva. Me refiero a contemplar la vida religiosa como un don del Espíritu a su Iglesia y este don es vida que siempre y en todo lugar hay que admirar y agradecer. No somos dueños de ese don, solo se nos pide que seamos fieles y fructifiquemos. Este está por encima del cálculo y de la ponderación racional.

A la vida religiosa no se la puede mirar solo desde fuera porque se oculta lo esencial; ni desde lo funcional, porque se minimiza la sobreabundancia de gracia; ni desde la cantidad porque se menosprecia la calidad; ni desde el pesimismo, se olvida la fe.

El proceso seguido en la renovación  postconciliar  ha sido un camino lleno de luces y sombras, pero son muchas más las luces que brillan. Hoy es muy rica la autocomprensión que tiene la vida consagrada sobre sus fundamentos trinitarios, cristocéntricos y eclesiológicos; sobre sus orígenes carismáticos, las exigencias evangélicas de su estilo de vida, la forma de organizarse, la profesionalización en sus trabajos, los desplazamientos misioneros, las opciones radicales a favor de los pobres y emigrantes, el compromiso por los derechos humanos y por la ecología.

Hemos crecido en la afirmación de la propia identidad, en la reciprocidad de dones y carismas (laicos, consagrados y sacerdotes), en la complementariedad en la misión de la Iglesia, en catolicidad en la misión “ad gentes” e “inter gentes”, en el diálogo (interreligioso, intercultural y de vida), en misión compartida, en la colaboración intercongregacional. También somos conscientes de la problemática que genera la intergeneracionalidad.

Es obligado que le formule una pregunta delicada, ¿dónde sitúa Aquilino Bocos las carencias más significativas de la vida consagrada de nuestro tiempo?

La fragilidad, las carencias y las debilidades son inherentes a la condición humana, a toda persona y a todos los grupos. Hoy se suele hablar mucho en los capítulos generales de apatía, de anemia espiritual y de anomía; a veces se subraya que hay crisis de finalidad, pero la verdad es que la más profunda crisis que padecemos es la de fundamento, que es crisis de desarraigo y de experiencia mística. Está muy emparentada con la indiferencia y con la obviedad. Es la base de todas las otras carencias que podemos enumerar y fomenta la esquizofrenia vocacional, es decir, la desintegración de la unidad interior en sus ámbitos y niveles de relación.

Omitimos o silenciamos las preguntas últimas. Se nos olvida preguntarnos con reposo quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde vamos. No resaltamos suficientemente que la vida consagrada es, ante todo, un don del Espíritu  a su Iglesia que intenta revivir el estilo de vida de Jesús en este mundo. A la vida consagrada le falta memoria agradecida  y mirada hacia el futuro. Pone entre paréntesis el bien que hace recordar las sucesivas transformaciones históricas para no tener miedo ante los grandes desafíos del mundo que habitamos.

Los religiosos no somos seres extraños a los contextos sociales y culturales en los que se desenvuelve nuestra vida. Vivimos en el mundo y buscamos la transformación del mundo según el espíritu de las Bienaventuranzas. Pero no cabe duda de que, frecuentemente, se nos adhieren formas de ver, de pensar y de actuar que no son coherentes con nuestro estilo de vida evangélico y carismático. Pongo, por ejemplo, la manera de ver nuestra vida como si fuera mera institución social; como si cada instituto fuese una multinacional, en la que cuenta el número, el prestigio, la eficacia y se pone entre paréntesis la gratuidad.

Entiendo también como carencia la falta de crítica ante la cultura envolvente que es inmediatista, vacilante, relativista, desconcertante en la escala de valores. No es de extrañar que en este ambiente que respiramos se nos haga más difícil afirmar el absoluto de Dios y se empobrezca la vida teologal. La armonía, la integración, la generosidad y la fidelidad son hoy signos de fecundidad.  Hemos limado demasiado “el aguijón apocalíptico”, del que hablaba J. Baptist Metz, y hemos perdido fuerza profética.

Soy consciente de las deficiencias que tenemos. Esto me hace ser realista y confiar más en la misericordia divina. Ni Prometeo, ni Sísifo, ni Narciso son nuestros modelos. Con el apóstol Pablo decimos: “todo lo puedo en Aquél que me conforta”.

Finalmente, ¿cuál es la esperanza que sostiene, a su vez con esperanza, a Aquilino Bocos como religioso, misionero y claretiano?

La respuesta a esta pregunta se halla en el Salmo 22. Aunque camine por sendas oscuras, nada temo “porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”. El P. Claret comenzó su congregación comentando este salmo. El verso “porque tú vas conmigo” es el firme asidero en la oscuridad, en la duda, en la contradicción, en el miedo, en el sufrimiento… Es la fuerza que sostiene el atrevimiento, la profecía y el martirio.

Tengo una gran confianza en la acción del Espíritu en su Iglesia, a pesar de las nubes y las tormentas; las deficiencias e imperfecciones. Las parábolas del evangelio sobre el grano de trigo que cae en tierra y muere; de la levadura en la masa; del grano de mostaza; de la sal de la tierra, de los odres nuevos… siguen siendo especialmente incitantes para el momento actual de la vida consagrada y de la Iglesia. La Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro caminar.  

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