Así comienza la liturgia eucarística de este domingo: “Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Honor y majestad le preceden, fuerza y esplendor están en su templo”.
Con este himno, el salmista cantaba la realeza de Dios, su reinado sereno y universal.
Con sus mismas palabras, nosotros cantamos a Dios porque, “cumplido el tiempo, su Reino se nos ha hecho cercano”.
He dicho “nosotros cantamos”. En ese nosotros entiende, Iglesia santa, cada uno de tus hijos, cada uno de los que se han acercado por la fe al Mesías Jesús. En Jesús, el reino Dios se hizo tan cercano a ti como las palabras de su predicación, como su mirada, como su compasión, como sus manos. La palabra de Jesús acerca a los pobres el reino, su mirada derrama luz de Dios sobre los afligidos, su compasión lleva salud a los enfermos y perdón a los pecadores. En Jesús, Dios se revela tan cerca de los pequeños como lo están de ellos aquellas manos que los bendicen y acarician.
El reino de Dios está tan cerca de ti como la palabra con que hoy el Señor te enseña, tan cerca como el pan con que hoy tu Señor te alimenta, tan cerca como el hermano en el que hoy servirás a tu Señor.
Pobres, afligidos, enfermos y pecadores son los cantores del cántico nuevo que hoy sube hasta Dios desde las tiendas de su reino. Tú lo cantas con los humildes, los hambrientos, con el rebusco de las viñas, con los que no cuentan. Tu canto se une al de María de Nazaret: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… El Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Tu espíritu es el mismo que animaba a Francisco de Asís: “Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, corresponden y ningún hombre es digno de hacer de ti mención. Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el señor hermano Sol… Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas”. De tu coro son parte la mujer sorprendida en adulterio y devuelta a la vida por la misericordia, el leproso que pidió quedar limpio y vio al Mesías de Dios quedarse con su lepra, el ladrón que pidió un lugar en el recuerdo y se le concedió un lugar en el paraíso.
Pero donde tu canto resuena con plenitud de verdad y con la más bella armonía es en labios de Jesús de Nazaret obediente y enaltecido, humillado y glorificado, muerto y resucitado.
El canto nuevo sólo es posible para pobres que acogen la buena noticia del reino de Dios. Si crees la buena noticia, entonarás este canto con todos los moradores del reino de Dios. Si crees y cantas, te habrás convertido al Señor.
Feliz domingo.