sábado, 14 septiembre, 2024

CAMBIAR EL RELATO

En prensa y en política es frecuente el pulso por “no perder el relato”. O lo que es lo mismo, no permitir que determinadas afirmaciones, contrastadas o no, alcancen respaldo social. Así, controlado el “relato”, se presupone controlada la verdad. Aspecto muy peligroso, por otra parte.

Siempre he dicho que la belleza y el valor de la vida consagrada no suele estar en los textos que algunos producimos, sino en la vida anónima que muchos y muchas tienen. Ese es el “relato” que hay que conocer y suscribir; subrayar y valorar. No otro.

Este tiempo de verano europeo es muy propicio para el encuentro y la formación sistemática de las grandes familias religiosas. Para asambleas, capítulos y demás –dicho con cariño– “verbenas espirituales del relato”. El peligro en todas ellas es que nos quedemos con la estética del entusiasmo colectivo y no con la ética de la vida comprometida. El peligro es el relato de un “deber ser”, pase lo que pase en la vida real que siempre interpela sobre el camino con la humanidad.

Compruebo cómo la realidad nos ha vapuleado mucho; cómo no pocas esperanzas se han puesto entre paréntesis… cómo, incluso, la vergüenza por la demostración de la distancia entre las grandes palabras de los textos y el texto de la vida… está costando revertirla. Pero también compruebo cómo la fuerza por sostener el relato es siempre sorprendente, casi inimaginable… pero termina por aparecer. Y es que también este momento cultural nos pide que, aunque sea mal, lo importante es que se hable de nosotros. Que haya relato. Algo que decir, algo que contar… sea o no nuevo. Sea o no profético. Sea o no verdad.

Decía que al lado del relato, están los relatos de la vida. La de las personas que quieren crecer y alcanzar su verdad, sin ánimo de imponerla. La de aquellos y aquellas que se toman en serio, porque han aprendido a bromear con su propia existencia y aspiraciones; la vida de quienes necesitan, claman, esperan y siguen padeciendo la falta de libertad y promoción humana. Hay un relato real de consagrados comprometidos y enamorados con la vida, que ya no están pendientes de titulares ni de “salva patrias” que les digan machaconamente lo valiosa que es su vida y opción. Saben que lo es porque la luchan, la creen y construyen. Porque son la fuente, no escrita, de la verdad que otros deberíamos escribir. Es la vida consagrada que sí se ha puesto en sintonía del siglo XXI, que no habla por hablar, ni fabrica respuestas para todo. Centra su experiencia en el acompañamiento real, con nombre y apellidos; dolores, rupturas y esperanzas de los pobres… por quienes saben que tiene sentido su opción. Me he encontrado y me seguiré encontrando con un grupo de mujeres y hombres que se siguen emocionando cada vez que alguien come, recupera sus derechos, estudia, responde, crea familia, celebra, disfruta y cree… Valores que no son privativos, sino que pertenecen a toda la humanidad. Me he encontrado hombres y mujeres consagrados, sin dinero y con tiempo para el Reino; sin programas personales, pero con la vida llena de nombres y familias; llenas de sucesos y de esperanzas. Todos estos, han estado presentes (y seguirán estando) en actos esperanzados de sus congregaciones y cuando han tenido oportunidad –pocas veces– han contado su relato, donde manifiestan que les cuesta creer en el cambio porque siguen viendo en sus congregaciones cómo se trepa y se busca desesperadamente el poder. Como a pesar de la invocación del Espíritu no siempre se le permite que circule… Como a pesar del “relato”, siempre sonriente y abierto, algunos seguimos empeñados en que todo esté “atado y bien atado” para no tener que cambiar nada.

En este escenario, el cambio no es que esté parado porque eso es imposible. Pero está detenido el relato. Seguimos muy ocupados, en medio de los calores del verano, intentando “no perder el relato” no sea que por no subrayarlo nos quedemos “sin profecía”, así que seguimos con textos bellos, sinodales, en frontera, con las puertas abiertas, integradores y plurales… Los consagrados que, de verdad, viven estos valores, sonríen y no desesperan aunque saben que solo es relato. Y quienes los proponemos sabemos que solo es para “no perder el relato”.

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