La palabra proclamada en la solemnidad de la Ascensión del Señor nos guía a la contemplación del misterio que celebramos: Hoy, ante el asombro de los ángeles, el hombre Cristo Jesús fue elevado hasta la nube misma en la que Dios habita. Hoy, con Cristo Jesús, que es cabeza de la Iglesia, sube a los cielos la Iglesia, que es su cuerpo. Hoy atraviesa la gloria el clamor de los pobres que han sido enaltecidos en Cristo Jesús: ¡Boza! ¡Boza! ¡Boza!
Dices bien, Iglesia cuerpo de Cristo, si afirmas que él se va y tú te quedas; pero no lo habrías entendido bien si pensases que él se va sin ti y que tú te quedas sin él. El mismo a quien ves apartarse de tu vista, se queda contigo hasta el fin del mundo. Y nosotros, que guardamos en el corazón la certeza de estar ya con Cristo sentados a la derecha de Dios, continuamos nuestra peregrinación por los caminos de la humanidad, subiendo allí donde nos ha precedido Cristo Jesús, siguiéndolo por el camino que él nos ha señalado, recorriendo el Camino que es Cristo Jesús.
Entonces te deslumbra la verdad de la paradoja: A lo alto se sube bajando, al amor que es Dios se asciende descendiendo con amor hasta lo hondo de la condición humana. ¡Encarnación es el primer paso de esta ascensión!
Entonces sueñas y pides: Enséñame, Amor, ese camino que lleva fuera de la posada, llévame contigo al lugar donde nacen los sin techo, al establo donde reciben homenaje los sin nada.
Llévame a ese desposorio tuyo con la humanidad pobre, con la carne crucificada, con los desechados al borde de los caminos, con los echados en el portal de nuestra abundancia inicua, de nuestra frivolidad ciega.
Llévame a tu encuentro nupcial con la humanidad olvidada, con la abandonada, la descartada, la violada, la demolida, la que a esos desposorios divinos aporta en dote abandono, lágrimas y llagas.
Llévame contigo, Amor, a tu abrazo con la lepra, con la noche, con la muerte, con el abismo, con la náusea. Vamos los dos aún, vamos siempre, a robar dolores, a secuestrar heridas, a iluminar oscuridades, a derramar sobre el mundo el ungüento perfumado de tu alegría.
Llévame contigo, Amor, al milagro de tu pascua: juntos los dos, vamos a romper cadenas, a quitarle habitantes al hambre, súbditos a la soledad, víctimas a la muerte; vamos a liberar en los rescatados, en el cielo y en la tierra, en ti y en mí, un clamor interminable de triunfo: “Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria… Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación”
Llévame contigo, Amor, a la hora de tu pan multiplicado: es la hora de tu vida presentada, ofrecida, entregada, partida, repartida, comulgada. Que los pobres den testimonio de que somos para ellos el pan que les ha preparado el Espíritu del Señor.
Vamos a lo alto, juntos los dos, mar adentro, donde naufragan los sueños, donde zozobra el futuro de los pobres, donde los vientos del poder sacuden la barquilla de los que buscan la otra orilla.
Llévame a donde tú bajas, llévame contigo a lo hondo, llévame contigo al cielo. Los dos aún, siempre los dos, haciendo interminable el grito de los pobres: ¡Boza! ¡Boza! ¡Boza!
Feliz domingo, Iglesia cuerpo de Cristo.