Nuestras instituciones están viviendo en una situación de vértigo. Sabemos que algo nos pasa. Detectar el qué u orientar las posibles respuestas ya es otra cuestión. La tentación es responder a los síntomas, atender solo las apariencias con la ingenua pretensión de que estos remedios sirvan de consuelo, aunque no sanen. Hay demasiadas decisiones en la vida religiosa que se parecen a esto. Algunas ocurrencias y no pocas expresiones de voluntarismo estéril.
Se percibe un cansancio en las estructuras. Las hemos estirado hasta el límite para no hacernos daño. Pero hay algo que es más dramático, ese cansancio ha pasado a un buen grupo de consagrados. Sería poco sincero no reconocer que se trabaja y se cumple; hay hermanos que se entregan hasta la extenuación… Pero algunos lo hacen por sí mismos, por su puesto, por un estilo de vida que ya no está dispuesto a pensarse de otro modo.
Hacen falta líderes para este proceso de reestructuración. Hombres y mujeres que no sólo digan cómo están las cosas, sino que irradien confianza en la capacidad de los hermanos y así escuchen una sinfonía, bien diferenciada, pero que es la que Dios quiere y crea.
Necesitamos líderes creativos, que no impetuosos. Líderes que reflexionan y leen; estudian y no se conforman. No es el tiempo de buenos guardianes, sino de quienes se atrevan a ventilar para que entre el aire que cada uno necesita para mejor vivir y, por tanto, para mejor darse.
No hacen falta líderes gerentes. Éstos suelen buscar remuneración y sólo se embarcan en obras de “autobrillo”. Hacen falta líderes sanos y santos, porque estos crean convicción, contagian esperanza y acercan el plan de Dios.
Faltan líderes que tomen distancia de la propia tierra, de aquello que controlan, de seguridades de otra época, porque son tiempos de providencia e itinerancia; de migración y novedad.
Este siglo busca líderes que miren a los ojos a sus hermanos. Que hagan oración de acción de gracias con la vida de cada uno, aunque no se adhieran a sus ideas o programaciones. Líderes que aúnen estilos de vida diferentes que caben en los carismas inmensos que disfrutamos.
Urgen líderes que propongan la incertidumbre del Reino, porque a diario la viven. No van de maestros sino que son compañeros de camino y transmiten paz en la peregrinación. Líderes humanos, cercanos, fraternos y débiles. Líderes que pongan entre paréntesis el “acompañamiento virtual”… porque ese no llena el corazón del consagrado del siglo XXI.
La vida religiosa está sedienta de líderes con fe. Que vuelven con frecuencia a la Palabra, y no a sus palabras, encuestas y procesos. Líderes que viven de la fidelidad evangélica que siempre es fracaso y tiene poca vistosidad. El liderazgo que provoca decisiones arriesgadas en la vida religiosa no suele tener una puesta en escena sofisticada, ni afectada. Nuestro liderazgo prefiere el cenáculo al congreso; el acompañamiento espiritual al discurso y la reflexión a la presentación.
Llamémoslo reestructuración o reforma, la vida religiosa está necesitando líderes de este tiempo que venzan la negatividad, abracen la esperanza, valoren la intuición, acepten el riesgo y, sobre todo, que lean la propia vida y la de sus hermanos desde la fe… Todo lo demás, por añadidura.