Dos maneras de entender la comunidad, la de Pedro y la de Pablo, pero dos maneras que construyen juntas la Iglesia. Pedros y Pablos de ayer y de hoy. Los dos atan y desatan, los dos tentados siempre por ese poder, cada uno a su manera.
El uno, Pedro, atando y desatando en una comunidad que no quería dejar de ser judía, atada a los preceptos de los alimentos, de la raza, del sábado, de la tranquilidad de un pasado que era sólo eso: mirada atrás e inmovilidad, seguridad de estabilidad y de muerte («A vino nuevo odres nuevos»)
Y Pablo atando y desatando en medio de la novedad absoluta y con el equilibrio inestable de lo que se abre camino, a veces, a tientas y con miedo. Entre las sombras de lo que va naciendo y que crece con las prisas de la ganas de vivir.
Los dos atando y desatando, los dos pidiendo no caer en la tentación de olvidar la lección del Maestro, la de la toalla y la jofaina. La de «no he venido a ser servido sino a servir».
Atando y desatando, sólo sirviendo, siempre sirviendo. Pablo y Pedro que son eso: servicio y servicio mutuo de construcción de Iglesia. De comunidades distintas que crecen juntas.
Que no caigamos en la tentación de unos o de otros.