ASÍ SE EXPANDE EL EVANGELIO: ¡DESDE LA CONFIANZA!

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¡Confiad, porque sois amados! ¡Confiad, porque estáis aliados con el Abbá, con Jesús, porque sois cómplices del Espíritu! No somos extraños en el hogar de la Santa Trinidad. O mejor, la Santa Trinidad pone entre nosotros su Casa y así todo se vuelve familiar. Amor lo controla todo, lo asegura todo. Así crece el Evangelio: ¡desde la confianza! No hay situación adversa que no se torne posibilidad de algo mejor que vendrá. No hay muro que no sea al mismo tiempo rampa de lanzamiento e inicio de un nuevo vuelo. Ese es el mensaje que nos trae este domingo de Pascua, 17 de mayo de 2020, en sus tres lecturas (Hech 8, 1Ped 3 y Jn 14).

¡Ámame y me revelaré a ti!

¿Cuáles son los mandamiento de Jesús? Muchas veces los hemos confundido con nuestras minuciosas normas morales: con los mandamientos, explicados con nuestra horrible casuística… Los mandamientos de Jesús tienen como único objetivo el amor, la Alianza: que sus discípulas y discípulos seamos personas que vivimos en alianza de amor con la Santa Trinidad, con nuestros prójimos, con la Tierra -nuestra casa común-. Y para vivir en Alianza el don más necesario es el amor.

Ese es el regalo que Jesús nos promete: llamaradas del Amor -que es Dios- nos serán enviadas y nos encenderás -hasta límites insospechados-: el Espíritu Santo-Fuego, y sus llamaradas-dones. ¡Y nunca nos será arrebatado, ni quitado. El espíritu o los espíritus que reinan en el mundo son otros. El diácono Felipe luchó contra ellos en Samaría. Donde hay muchos espíritus no hay un solo corazón, una sola alma, todo en común. Pero el Espíritu que Jesús envía desde el Padre es único y hace posible cumplir el gran Mandato y Gracia de la Alianza.

El mandamiento de Jesús nos pide que lo amemos. Esta súplica de amor es conmovedora. Sólo cuando una persona ama mucho, le pide a la otra persona que la ame. Jesús quiere que lo amemos, que respondamos a la Alianza de amor fiel que ha establecido con nosotros. Y nos promete algo único: ¡serás el Amado, la Amada de mi Abbá! Y yo también te amaré y me revelaré a ti. Esta es la gran promesa.

Evangelio irresistible… desde los márgenes

Quien se sabe amado evangeliza. Ésa fue la experiencia de la comunidad helenista, cuyos líderes eran Esteban y Felipe. Felipe no era apóstol; era un diácono. Había sido elegido por los apóstoles para servir a las mesas, para atender a las viudas de los inmigrantes helenistas de la comunidad de Jerusalén. Este hombre aparece como el segundo de los diáconos después de Esteban.

Quienes parecían haber sido elegidos únicamente para cuestiones administrativas y servicios sociales dentro de la comunidad se convierten pronto en grandes predicadores de la fe en Jesús. La juventud inmigrante de la comunidad de Jerusalén muestra carismas insólitos: Esteban hablaba como un ángel: comentaba de tal manera el Antiguo testamento que dejaba a todos sin palabra, atónitos, y mostraba como nadie que Jesús eran en él , el preanunciado Mesías. Las autoridades no se equivocaron cuando vieron que era un peligrosísimo anti-sistema y decidieron sacrificarlo., como a Jesús. Fue el primer mártir… pero no-judío. Y a su grupo -los helenistas- lo persiguieron también y lo expulsaron de Jerusalén. Pero, tras Esteban surgió el “otro líder”, Felipe.

En su obligada huida, Felipe aprovechó la oportunidad para predicar a Jesús entre los Samaritanos, oponiéndose a un mago que allá seducía a todo el mundo. Movido por el Espíritu Santo Felipe logró que muchos se adhirieran al Camino de Jesús. Él, un no-apóstol, ¿fundador de una comunidad cristiana entre los Samaritanos? Por eso, los Doce de Jerusalén enviaron a Pedro y a Juan para que juzgaran. Llegados allí, vieron maravillados la obra de Dios. ¡El protagonista había sido el Espíritu que se derramaba por doquier! Y se dedicaron a imponer las manos y bendecir.

¡No nos preocupemos. Las fe se propaga más allá de nuestros planes pastorales, más allá de nuestras previsiones. Hay personas que se dejan poseer por el Espíritu y en la humildad y desde la marginación, y desde el no-ministerio oficial, son capaces de realizar las obras grandes de Dios.

Llamativo método de evangelización: ¡con un estilo peculiar!

Quien evangeliza da razón de su fe a quien se la pide. Esto significa que no hay que proclamar la fe públicamente cuando no nos lo piden. Hay que esperar hasta que nos lo pidan.

Y ¿antes qué? Pues ¡proclamar santo a nuestro Señor Jesús en nuestros corazones! Es decir, hacer que la evangelización que proclamaremos a otros resuene primero en nuestro corazón: que seamos nosotros los primeros destinatarios del Mensaje. Si así lo hacemos tendremos ya preparada la respuesta para quienes nos interroguen por nuestra fe, nuestra esperanza.

Hay otra norma importantísima para dar razón de nuestra esperanza: hay que hacerlo “con cortesía, son respeto, con claridad”. Es muy importante el estilo de la evangelización. Implica reconocer la dignidad del que está delante de nosotros. La gente se avergonzará entonces de haber tenido prejuicios contra nosotros: ¡no somos como ellos se creían! ¡Sentirán la seducción del Evangelio!

No obstante, también hay que contar con el posible rechazo. ¡No pasa nada! Jesús también pasó por ahí. Al final… habrá resurrección. ¡Esta es nuestra esperanza! ¡Despierta, Iglesia!