El arte está al alcance de todos. Tiene la marca de la gratuidad. Si solo es negocio no es arte. Tampoco es arte si no transmite valores positivos. En la mentira o en el resentimiento no hay belleza. Cuando falta la verdad no hay arte, hay artimaña. En contextos hostiles, cuando hablar con claridad es peligroso, el arte manifiesta la verdad de forma alusiva o indirecta. Se necesitan entonces algunas claves para entender el juego de las palabras o la armonía de los colores.
A veces el arte necesita tiempo para conseguir su objetivo. Como resulta llamativo, tiene la ventaja de mantenerse en el tiempo, y esperar su momento. El buen arte está cargado de futuro. A todos interpela, pero no a todos de la misma manera, porque no todos son amantes de la verdad. Hay quién prefiere a Platón. Unos se quedan en la superficie, otros prefieren las artimañas, otros no entienden nada. Lo hay que entienden, pero reniegan del arte con mil argumentos. Otros entienden y comulgan con el mensaje. Esos sienten que su alma se serena a la espera de mejores momentos.
En el arte se pone la vida. Por eso el artista, en ocasiones, trasluce las sombras de la vida. Pero sabe orientar, más allá de las sombras, a la luz que pugna por salir. Como dice Gabriel Celaya, el artista toma partido y su arte golpea las tinieblas. Espera con paciencia el momento del florecer. Mientras tanto es posible que alguna lágrima suavice la presión de la espera cuando esta espera es contra toda esperanza.