Aprendiendo a ver:

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 “Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: _Señor, quisiéramos ver a Jesús”.

En el relato ya no se volverá a hablar de aquellos gentiles, pero puedo suponer que hay una relación estrecha entre su deseo de “ver a Jesús” y las palabras que Jesús dice a los discípulos que le han informado de aquel deseo.

Jesús habla de que ha llegado “la hora”, su hora, la de pasar de este mundo al Padre, la del amor extremo, la de la soledad, la del poder de las tinieblas, “la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”.

Será necesario ejercitar la mirada, pues si quieres ver a Jesús, has de habituar los ojos a la oscuridad de la noche, de su noche, de su hora, has de reconocerlo caído en tierra y muerto, elevado sobre la tierra y glorificado. Entonces no sólo podrás verlo, sino que te atraerá para que lo veas y vivas.

Si quieres ver a Jesús has de habituar los ojos a la humildad de la palabra con que te habla, al misterio del pan en el que se te entrega, al espacio sombrío en que se mueven todos los que sufren, pues con su palabra él te ilumina, con su pan te alimenta, y en los que sufren sale a tu encuentro para pedirte que los ilumines y los alimentes.

Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna”. En “ver a Jesús” nos va la vida: escúchalo, recíbelo, ámalo.

Feliz domingo.

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