Supongo que el contable del templo le habrá mandado una palabra apropiada al donante anónimo que le dejó en el cepillo, separados y pelados, dos céntimos.
El contable del templo juraría que aquel donante era un chistoso con más ganas de dar la lata que de dar una ayuda.
Me pregunto qué escala de medidas y pesas utilizó Jesús para atribuir al donante de los dos pelados la medalla de oro a la generosidad.
Según aquella escala de medidas, una viuda pobre había dejado atrás a cuantos daban “en cantidad”, pues todos daban de lo que les sobraba; y también se había adelantado a cuantos daban de lo que les hacía falta: pues ella era la única que “había dado todo lo que tenía para vivir”.
Entonces empiezas a sospechar que esa única viuda que lo da todo es de Nazaret y se llama Jesús.
Sólo de Jesús se puede decir con verdad que ha echado en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir”: todo, incluida la propia vida.
Viuda que todo lo da es Jesús, de quien se dice que, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Viuda que todo lo da es el Hijo de Dios en el misterio de la encarnación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Viuda que todo lo da es ese Hijo pobre, humilde y crucificado que Dios ha puesto como un pan sobre la mesa de los hambrientos de justicia y de paz.
Viuda que todo lo da es ese Hijo que, resucitado, se te entrega hoy en su palabra, se hace uno contigo en la eucaristía, sale a tu encuentro en los pobres.
“Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”. Nosotros somos el motivo de su pobreza, pues con nosotros se hizo pobre. Y él es toda nuestra riqueza, pues con nosotros comparte cuanto por nosotros dejó.
Tú, Señor mío y Dios mío, te despojaste de ti mismo y bajaste hasta lo hondo de nuestra condición humana para que, enaltecidos contigo, pudiésemos participar de la condición divina.
Hoy comulgas con nosotros en nuestra pobreza. Hoy comulgamos contigo en tu plenitud.
Hoy vienes a mí y pides, desde tu pobreza, que comparta contigo mi poco de harina, mi poco aceite, mi poco de pan.
Hoy vienes a mí y me pides que sea como tú, que te siga, que aprende de ti a “dar todo lo que tengo para vivir”, que aprenda a mar como tú amas, que te aprenda a ti, Señor mío y Dios mío.