“¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos; tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío”. La Iglesia ha escogido estas palabras para que acompañen tu paso e iluminen tu corazón mientras te acercas a pedir el Cuerpo de Cristo.
Aprende con el salmista a desear el encuentro gozoso con el Dios vivo.
“¡Qué deseables son tus moradas!” Entra en la morada del Altísimo, camina con tus hermanos hasta el altar de Dios, camina hacia Cristo: Él es la imagen visible del Dios invisible; en él habita la plenitud de la divinidad.
“¡Qué deseables son tus moradas!” Entra en Cristo, y habrás entrado en la casa de la Vida, en la casa del Pan, en la casa de la Paz, en la casa de Dios.
“¡Qué deseables son tus moradas!” Entra en Cristo, y habrás entrado con el Hijo de Dios en el abismo de amor de la Trinidad Santísima.
No envidies al gorrión; imítalo, y haz de Cristo tu casa. No envidies a la golondrina; imítala, y pon en Cristo el nido donde colocar tus polluelos.
Por eso caminas, por eso comulgas, porque deseas entrar en Cristo para que todo tu ser, tu corazón y tu carne retocen por el Dios vivo.
Comulgas, y recibes con Cristo la ley perfecta que es descanso del alma, el mandato que te alegra el corazón, la norma que ilumina toda tu vida.
Comulgas, y recibes con Cristo la fuerza de Dios, la sabiduría de Dios, la vida de Dios.
Comulgas, y recibes con Cristo a la Iglesia y a los pobres que son su cuerpo.
“¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío!”: Tus pobres, tu Iglesia, tu Hijo.
Feliz domingo.