Aprendices de Dios

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Cuando hablamos de perdón, y de perdón va la liturgia de este domingo, lo entendemos como amor compasivo a la persona que, de alguna manera, esté en deuda con nosotros porque nos ha hecho mal.

La palabra que hoy escuchamos en la Eucaristía de la comunidad, da nombre a diversas actitudes que el Señor desautoriza frente a esa persona que, a nuestro entender, nos está haciendo daño: “Furor y cólera”, “conservar la ira”, “permanecer en el enojo”, “guardar rencor”, “ser vengativo”.

Me pregunto por qué son desautorizadas esas actitudes que resultan tan de casa en nuestra vida, tan normales, tan comprensibles, y casi siempre, a nuestros ojos, tan justificadas.

Y la respuesta llega desde la relación personal que los creyentes tenemos con el Señor nuestro Dios, ya sea porque hemos de imitar en la vida la misericordia con que él nos trata, ya sea porque él nos tratará necesariamente como nosotros tratemos al que nos haya hecho mal. Si en la relación con los demás no me hago imitador de Dios, en su relación conmigo Dios se hará necesariamente imitador mío.

Nos va la vida en aprender de él, en fijarnos en él y hacer lo que en él se nos haya concedido contemplar.

Esto es lo que de tu Dios confiesas con toda la Iglesia en el salmo responsorial –esto es lo que tu fe ha visto-: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, el rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura… Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos”.

Y esto es lo que de tu Dios dice Jesús en el evangelio: “El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda”.

Si no te fijas en el Señor para imitarlo, él se fijará en ti para imitarte: “Del vengativo se vengará el Señor”. “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?

Nos va la vida en que aprendamos a Dios en Cristo Jesús.

De Cristo Jesús es el mandamiento nuevo: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.

Si queremos aprender a amar como Dios ama, hemos de fijarnos y aprender cómo nos ama Cristo Jesús.

De él escribió el evangelista: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”… “Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena… y se pone a lavarles los pies a los discípulos”.

Has visto bien: Has visto a Cristo Jesús arrodillado a los pies de la humanidad, y entregado a ella como un pan para alimentarla; lo has visto muerto y resucitado por ella, para consagrarla, para prepararse una Iglesia radiante, santa e inmaculada.

El perdón, que hemos de ofrecer siempre, es sólo una forma de ese amor que hemos de imitar siempre.

Aprender a Dios en Cristo Jesús: Aprender escuchando, aprender comulgando, aprender contemplando, aprender amando… aprender perdonando.

Aprender. Somos sólo eso: Aprendices de Dios.