“Aquí estoy para hacer tu voluntad”: Lo dijo un pobre que, desde lo hondo de su indigencia, había gritado al Señor, y tras el grito se le había ido todo el ser en forma de esperanza. Aquel pobre confiesa asombrado: “El Señor se inclinó y escuchó mi grito”. No lo escuchó de lejos, desde un cielo inaccesible, sino que se inclinó para escuchar. El Dios altísimo, en cuya presencia los montes se derriten como cera, se acercó al indigente, se inclinó hacia él como han de hacer necesariamente un padre o una madre con su hijo pequeño, y con la ternura de aquel abajamiento, calmó llantos y miedos, llenó vacíos y esperanzas . De ese modo, el Señor puso en la boca del indigente un cántico nuevo. El amor que se había inclinado para oír, le abrió el oído para que aprendiese la obediencia de la fe. Y así, de la boca subió un himno a nuestro Dios, y en el corazón quedó grabada para ser cumplida la voluntad del Señor.
“Habla, Señor, que tu siervo te escucha”: Lo dijo un niño, que en el misterio de un sueño aprendía a discernir la palabra de su Dios. Y aquel fue su modo de decir: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.
Lo dijo también Jesús de Nazaret. Lo dijo entrando en el mundo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Lo dijo hablando de su misión: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra”; “mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”; “he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado”. Lo dijo finalmente al inclinar la cabeza y entregar el espíritu: “Está cumplido”.
Con Jesús de Nazaret caminas hoy, y le sigues hasta el lugar donde él mora, hasta la fuente que mana y corre aunque es de noche, hasta el seno mismo de la Trinidad Santa, hasta el corazón de Dios. Con Jesús de Nazaret comulgas hoy, Iglesia cuerpo de Cristo: comulgas escuchando, comulgas comiendo, comulgas obedeciendo, comulgas amando y siendo amada con el amor con que Dios ama, con el amor del Padre a su Hijo, con el amor del Hijo a su Padre.
Y con ese único amor, desde el misterio de esa asombrosa comunión, vas diciendo cada día la oración que aprendiste de labios de Jesús: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”. De ese modo, también tú dices: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”, sabiendo con certeza que has de aprender, orando, la obediencia que quieres ofrecer viviendo.
Feliz domingo.