“¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!” Detrás de las palabras de Moisés intuimos la llama de un deseo, el vuelo de una esperanza, la imagen imprecisa de un sueño: ¡Quién nos diera pertenecer a un pueblo de profetas, de hombres y mujeres que han recibido, todos, el Espíritu del Señor!
¡Ojalá todo el pueblo del Señor guardase en el corazón la ley del Señor, en las entrañas la voluntad del Señor, en la mente los mandatos del Señor, en la vida la memoria del Señor!
¡Ojalá todo el pueblo del Señor guardase en el corazón a Cristo Jesús, en las entrañas a los pobres de Cristo, en la mente las palabras de Cristo, en la vida los sufrimientos de Cristo!
Antes, él nos ha guardado a nosotros en su cuerpo, nuestro Dios y Señor ha hecho comunión con nosotros y nos ha metido en un plural de pronombre personal, que no es sólo suma de pecadores, sino que lleva dentro también al que es para todos la gracia, el perdón, la justificación, la santidad: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”. El que no está contra nosotros, está a favor de Jesús, a favor de los discípulos, a favor de los pequeños que creen. El que dé a beber un vaso de agua al discípulo, no quedará sin recompensa, pues habrá dado de beber al Señor. Y el que escandalice a uno de los pequeños que creen, habrá profanado el cuerpo de Cristo.
Considera esa comunión tuya con Cristo, de Cristo contigo, y entenderás lo que quieren decir las palabras del Señor: “si tu mano te hace caer, córtatela… si tu pie te hace caer, córtatelo… si tu ojo te hace caer, quítatelo”. ¿Cómo puede la mano, el pie, el ojo, hacerme caer? ¿Cómo pueden apartarme del Señor? El apóstol nos ayuda a entender y da nombre a lo que hemos de apartar de nosotros: riquezas injustas, jornal defraudado, vida de lujo, servidumbre del placer.
Hoy recibes a Cristo; recuerda sus palabras: “Si tu mano te hace caer…”. Aparta de di lo que te aparta de Cristo, lo que aparta a Cristo de ti.