ANUNCIAR ALEGRÍA CON CREDIBILIDAD

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¿Cómo hablar de alegría a las familias de las víctimas de la violencia? ¿Cómo hablar de alegría y esperanza a quienes se ven afectados por esas terribles enfermedades incurables? ¿Cómo anunciar alegría a quienes están siendo condenados injustamente, sin nadie que les defienda?

Hoy la Iglesia pone en nuestros labios y oídos palabras fuertes que invitan a la Alegría, a la Esperanza. La Iglesia es experta en historia. Sabe y conoce cuánto sufrimos los hombres. Pero ella se atreve a proclamar la Cercanía de Dios en las situaciones más desesperadas. Cuando Dios está cerca no hay nada que temer. El desierto florece. La amargura se vuelve paz.

El “Ave María” del Antiguo Testamento

El texto de Sofonías que acabamos de proclamar es el mejor comentario a las primeras palabras del “Ave María”: ¡Ave María!, llena de gracia, el Señor está contigo”. Dice el profeta: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo Israel… El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva; él se goza y complace en ti, te ama y baila con júbilo  como en día de Fiesta”. Esas palabras evocan las dirigidas por el ángel Gabriel a María como representante del pueblo de Dios, que somos también nosotros. Por eso, pueden ser interpretadas hoy como dirigidas a nosotros.

“Ave” es la traducción latina del saludo griego “Chaire”. Su significado propio es “¡alégrate!”. Así se dirige el profeta Sofonías al pequeño resto santo del pueblo de Dios: la hija de Sión. Era un grupo de gente piadosa, humilde, pobre, que mantenía su confianza absoluta en Dios. A ese pequeño y humilde grupo, asentado en el monte Sión, le dirige el profeta unas palabras de consuelo, de alegría: ¡Alégrate! ¡Regocíjate! ¡Goza de todo corazón!

¿Qué motivos hay para la alegría? ¡Tres!: El Señor ha retirado la sentencia que pesaba contra el pueblo; ha alejado a los enemigos; está en medio del pueblo, como rey de Israel. Por todo eso, no hay que esperar ningún mal. Dios va a apartar la desgracia y la vergüenza.

Lo más importante es lo último: ¡Dios está en medio del pueblo. Pero ¿de qué manera? Sofonías resalta tres características admirables:”lleno de gozo por ti”, “con su amor te dará nueva vida”, “bailará y gritará de alegría por ti”.

Es indudable que el mensaje de este profeta de Esperanza es también para nosotros. Yo resaltaría sobre todo la imagen de Dios que nos presenta. ¡Un Dios que baila y grita de alegría! ¿Nos lo imaginamos realmente así? ¡Un Dios que –aun sabiendo que nos podía condenar con justicia– está lleno de gozo por nosotros, que con su amor nos da nueva vida!

Si todo esto se puede decir de María –en primer lugar–, ¿no llega el momento en el que también a nosotros mismos nos podamos dirigir las palabras del Ave María del Antiguo Testamento?

¡Alegraos siempre!

La invitación a la alegría del profeta Sofonías adquiere una nueva tonalidad ahora. Es el mismo apóstol Pablo quien nos invita a la alegría: “¡Alegraos!” “¡Alegraos siempre!”. Importante es saber la razón de esa alegría. Y es una sola: ¡que el Señor está cerca!

La cercanía de Dios puede significar, al menos, dos cosas: que Dios se está aproximando a nosotros; o que Dios se ha aproximado ya y está a nuestro lado. En todo caso, se trata de una cercanía activa. La conciencia de su presencia nos da motivo para no inquietarnos, para presentar todas nuestras necesidades ante Él, para dar gracias, para vivir en paz, para sentirnos protegidos, guardados hasta el final.

En momentos de tribulación, de pena, de fracaso, es bueno reavivar en nosotros la conciencia de la Presencia de Dios. Nuestro Dios, el Abbá de Jesús, nuestro querido Abbá, nos cuida. Cualquier cosa desgraciada que pueda ocurrirnos no es tan desgraciada como puede parecer, en esa misma desgracia llega la Gracia, la ventura, la bienaventuranza. Por eso, siempre hay motivos para alegrarse.

¡Indignos de desatar la correa de las sandalias de Jesús!

Juan el Bautista es el mensajero de la Esperanza, en quien hoy focalizamos de modo especial nuestra atención. Ayer como hoy, se siente la necesidad del anuncio de buenas noticias (“evangelizar”). Nos vemos frecuentemente sobresaltados con malas noticias. Y ¡claro! necesitamos noticias buenas y definitivas. ¿Será esto posible? ¿Quién será el portador de la Buena Noticia? Aunque uno anuncie que llega la aurora, hay en nosotros demasiada tiniebla como para compararnos con la luz que llega. Hay siempre una gran distancia entre el que anuncia la Esperanza y la Esperanza misma.

Quienes se acercaban a Juan le preguntaban: ¿Qué debemos hacer? Es una buena pregunta para quienes deseamos abrir nuestro corazón a la esperanza. Ésa es la pregunta que le hicieron al profeta de la esperanza, Juan, varios grupos de personas: la gente, los publicanos y los soldados. Eran personas que estaban expectantes y abiertas a las propuestas o demandas que alimentaran sus esperanzas. El profeta Juan alimenta su esperanza activa pidiéndoles algunas cosas: a la gente, que comparta el vestido y la comida con quien nada tiene; a los publicanos, que cumplan estrictamente las normas de la ley; a los soldados, que no se sirvan de su condición para atemorizar a la gente, que no hagan denuncias falsas y que se contenten con el sueldo que reciben.

Pero inmediatamente reconoce Juan que aquello que propone es provisorio y parcial. Él no es la esperanza. Sus palabras no son decisivas; no son las palabras que hay que escuchar como definitivas. Juan anuncia la llegada de Otro que es mayor, más fuerte que él. Juan afirma que él no es digno de “desatarle la correa de sus sandalias”. Juan afirma de esta manera que él no tiene ningún derecho de propiedad sobre Israel. Reconoce a Jesús como el único Señor y dueño. Todo le pertenece a Jesús. Él suyo es el auténtico bautismo, el auténtico juicio. La humildad que manifiesta Juan es extraordinaria. No quiere alimentar falsas esperanzas en su persona. El cumple su misión de simple Precursor.

Hay ciertamente personas, acontecimientos que nos acercan a la experiencia de la vida, de la salvación, de la gracia. Pero, ¡no son la realidad esperada! Nadie debe ser idolatrado. La idolatría solo lleva a la decepción.

Algunas personas favorecen la idolatría, la auto-exaltación. Que aprendan del Bautista a reconocer que no son dignos ni siquiera de desatar la correa de las sandalias de Jesús.