Amar

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Jesús se va despidiendo de los suyos en este domingo V de Pascua. Es una despedida que tiene tintes de añoranza y un cierto poso amargo, como todas las despedidas. Es cierto que no nos deja huérfanos, que su presencia está por doquier, como compañero de tantos instantes. 

En su adiós nos deja la esencia de lo que es y de lo que deberíamos ser. La seña de identidad única, ahora que está tan de moda la cuestión de la visibilidad en la Iglesia y en otras instituciones.

La seña identitaria única y universal para sus seguidores es el amor: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»

  • Amor que engendra igualdad fundamental: fraternidad que derroca todo estar por encima de los demás. 
  • Amor comprometido que tiene en cuenta como primeros a los últimos. 
  • Amor que nos descentra y se interesa por los otros antes que de uno mismo. 
  • Amor alegre que nos ha de hacer sonrisa y de búsqueda de creación de espacios distendidos
  • Amor frágil que hace que nos mostremos tal cual somos, sin artificios ni impostaciones. 
  • Amor que sale siempre en busca del amado y la amada que se cansó de tantas fatigas de la vida
  • Amor de los amores que encuentra lo esencial en lo sencillo y rechaza lo aparatoso. 
  • Amor que ama como regalo sin esperar nada a cambio porque sabe que todo viene por añadidura. 
  • Amor de verdad porque es la única veracidad que nos hace humanos.

Aquí, y en muchísimas cosas más, en las personas, nos jugamos nuestra identidad de seguidores de Jesús y no en otros disfraces que solo nos hacen daño y, en nosotros, a los demás. 

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