La oración a quién le hace bien es a nosotros. Y esta oración puede hacernos mucho bien. Nos hará cobrar conciencia de que Dios está muy presente en la aflicción de los que padecen la enfermedad. En la cruz, Dios parecía ausente y, sin embargo, estaba muy presente. Los evangelios de Mateo y Marcos han puesto en boca de Jesús crucificado unas dramáticas palabras, que son el comienzo del salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” No estamos ante un grito de desesperación, sino ante el comienzo de un salmo lleno de esperanza. El salmo presenta la figura de un inocente y perseguido, rodeado de adversarios que buscan su muerte. En esta situación, el inocente se dirige a Dios, que no responde y parece lejano. A pesar de todo, busca el contacto con este Dios, busca una relación que pueda darle consuelo y salvación.
El viernes santo, todos, desde nuestras casas, podemos unirnos sinceramente a la oración de la Iglesia y al grito de Jesús: mira Señor nuestra aflicción, alivia a los enfermos, da fuerza a quienes los cuidan, acoge a los difuntos y haz que todos encontremos alivio en tu misericordia. Aunque algunos piensen que tú no existes o que no te interesas por nosotros, los que creemos en ti sabemos bien que eres el Dios vivo de la historia y que tu principal interés es nuestro bien, aunque, a veces, también a nosotros nos resulte difícil comprender como se relaciona lo que sucede con tu inmensa bondad.