ALEGRÍAS DE DICCIONARIO

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(Dolores Aleixandre). Comprendo que pueda resultar chocante que un libro tan gordo como es un diccionario, con letra pequeña y que además pesa y abulta bastante, pueda ser un motivo de alegría, pero a veces sí lo es. Me he encontrado con una hace poco leyendo en la liturgia el texto de Lucas 6,40: “El discípulo no es más que su maestro, si bien, ya instruido, será como su maestro”. Me entró la curiosidad: ¿qué habrá detrás de ese “instruido”? (aviso que, sin curiosidad, los diccionarios se guardan sus alegrías…), y me encontré con una palabra griega interesante pero rarita: katertismenos. La desmenuzo: kata es una preposición que señala un movimiento de arriba hacia abajo; artizo tiene que ver con “ajustarse, estar en pleno estado de funcionamiento” y está en voz pasiva. Según eso, parecería que el buen discípulo quedaría convenientemente instruido al dejar que otros desde arriba, le ajusten a algo establecido con vistas a un correcto funcionamiento. Pues, la verdad, como entendamos la formación como un “ajustarse para funcionar”, el panorama es desolador. Y la imagen de novicios y novicias clónicos y  “ajustados a las normas” me recuerda a aquel antiguo anuncio de la TV en el que desfilaban unas muñecas moviendo los brazos y los pies al unísono mientras cantaban: “Las muñecas de Famosa se dirigen al portal…”.

Menos mal que los textos bíblicos se encargan de aclararse unos a otros: esa misma palabra aparece en el Evangelio con un sentido material y concreto: era lo que estaban haciendo Santiago y Juan con las redes cuando los llamó Jesús: arreglarlas, prepararlas disponerlas, repararlas y remendar sus rotos… (Mt 4,21). Vista así, la formación tiene mucho de eso, con una gran diferencia respecto a las redes: cada uno de nosotros somos co-autores y participantes en ella. Y lo mismo que las redes no están ahí para ser admiradas, ni para hablar de ellas, ni para exhibirlas en un escaparate, sino para pescar peces, también nosotros somos comunidades en-salida que existen para la misión.

Lo explica muy bien Luis Alberto Gonzalo en su nuevo libro El fenómeno comunitario de la vida consagrada cuando habla de ella como de “una organización que tiene capacidad autopoiética de que se recree algo nuevo” (p.61). Vaya, otra palabrita rara y esta vez no soy yo, sino el mismísimo director de la revista el que la usa. Necesitamos un poco más de diccionario para ir al fondo de esta nueva palabra: auto suena a implicación personal, a esa “determinación determinada” de la que hablaba Teresa de Jesús, para que nuestras acciones nazcan de ahí. Porque ese es nuestro hacer, nuestra poiesis, que es un término próximo a la poesía.

A qué horizontes tan atrayentes puede llevarnos un diccionario…