«Alégrese el cielo y goce la tierra»

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En la Eucaristía de hoy de las 9 de la mañana (esa eucaristía diaria que va dejando huellas indelebles de mesa compartida) me topé con el salmo responsorial. El lector no le regaló demasiado énfasis y la asamblea no pareció percibir la grandeza de estas palabras: «Alégrese el cielo y goce la tierra».

Pero en ese momento, cerca del silencio del sueño roto hacía solo hora y media, dibujé en mi cabeza imágenes relacionadas con un admirable intercambio que se produce con la encarnación.

Surgieron los seres alados, trazados de manera infantil, felices y despreocupados. Los muertos que viven y que nos precedieron en la fe, los conocidos (ya hay bastantes) y los desconocidos, que también nos son cercanos. Aquellos que lavaron su manto en la Sangre del Cordero, una multitud incontable (hay muchas moradas en la casa del Padre). Y aquellos que sin demasiado ruído (son los mas) vivieron su fe de manera sencilla y cotidiana, desgranando la Buena Noticia en lo pequeño. Y todos en zapatillas, sin abismos insalvables, aquí al ladito. Es lo que tiene la imaginación mañanera.

Y en la tierra el goce unido a la alegría del cielo o viceversa, que tanto da. Otra vez sin distancias vinieron a la pequeña capilla, en torno al altar, los seres inanimados que con su ánima imperceptible dialogaban, con palabras que venían de los siglos profundos, de los momentos en que el Espíritu sobrevolaba, jugando, las aguas turbulentas del comienzo. Y los seres animados (muy animados) festejaban el banquete común que se abrió a todos los pueblos, aunuciado desde antiguo por los profetas. Banquete inciado por la carne de Dios enamorada de lo suyo y palpando ya todo lo que significa «tierra», y que antes veía desde una cierta lejanía. Y el niño Dios comenzando a sentir el frío, el calor del regazo de su Madre (en mi tierra se llama «colo», palabra preciosa y redonda como el seno materno), el sabor templado de la leche y el gozo de sentirse vivo con una nueva vida (o continuación de la otra) que se llenaba de sensaciones recién estrenadas, solo antes soñadas en la comunión de Amor.

Alegría y gozo cósmicos, unión de tiempos y de espacio dilatado, ya sin fronteras. Y todo esparcido en pequeños trocitos, alrededor del altar, por los bancos y fuera de las puertas de la iglesia, sobre todo fuera de las puertas de la Iglesia.

Y ésto en lo que dura un salmo el último día del año…

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