ALASKA Y EL BUSTO DEL EMPERADOR

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(Fernando Millán Romeral). Escribo esta entrada del blog con un cuidado especial y con una buena dosis de respeto y cariño (¿por qué no decirlo?) por los casos a los que me voy a referir. Hace ya unos cuantos años, Alaska cantaba El rey del Glam, aquella pegadiza canción que repetía a un supuesto decadente anclado en estéticas ya superadas: “Te has quedado en el 73 con Bowie y T-Rex”. Alaska se regodeaba describiendo los rasgos de aquel personaje imperturbable y “ajeno a las modas que vienen y van…”

Los 70 fueron años fascinantes para la Iglesia, años convulsos en un cierto sentido, pero también llenos de experiencias, de búsquedas, de nuevos caminos que, inspirados por el impuso renovador del Vaticano II y en el caso español por el cambio político, se abrían para los creyentes del tiempo y también para la Vida Religiosa. Muchas de aquellas experiencias han dado a lo largo de los años frutos estupendos y han mostrado un rostro nuevo de los consagrados: cercanos, comprometidos, insertos en la sociedad y en los dramas y alegrías de nuestro tiempo. En otras ocasiones, han servido para la renovación de las órdenes y congregaciones, llevándolas a una vivencia más auténtica del carisma y haciendo realidad aquel lema tan inspirador de la “vuelta a las fuentes” que venía descrito en el Decreto Perfectae Caritatis como una de las líneas maestras de la renovación posconciliar de la Vida Religiosa. Estas experiencias, además, aportaron frescura e ilusión, suscitaron discernimiento, nos ayudaron a soltar lastre y generaron un nuevo entusiasmo en la vivencia de los carismas y en el servicio que, como religiosos, podíamos brindar al pueblo de Dios.

Pero no podemos perder de vista que han pasado cuarenta o cincuenta años desde que se generaron aquellas experiencias. Algunas desaparecieron o fracasaron con el trascurso de los años. Otras fueron (por desgracia) anuladas desde instancias superiores cuando los vientos cambiaron y lo novedoso empezó a verse con malos ojos. Y otras siguen siendo fieles a su idea originaria y siguen brindando hoy un testimonio de vida consagrada. Pero -y aquí viene a cuento lo de Alaska y el Rey del Glam– no conviene ignorar que estas experiencias tienen necesidad de una evaluación-revisión humilde, serena y sabia (y las tres palabras tienen su sentido). Es necesario confrontarse con los nuevos tiempos, las nuevas sensibilidades eclesiales y sociales, los nuevos ritmos. Es necesario aceptar que lo que era nuevo, ya no lo es y que llega el tiempo de reconocer que ya no somos “los jóvenes” sino que los jóvenes, los que innovan, los que tienen otra sensibilidad… son otros. Si no, corremos el riesgo de fosilizarnos, de encastillarnos, de convertirnos en viejos rockeros (vestidos de cuero negro y con melena teñida escondiendo las canas) que desde una supuesta rebeldía siguen combatiendo enemigos que desaparecieron hace ya varias décadas y respondiendo a preguntas que ya nadie se hace.

Repito que, para vivir este discernimiento (quizás como todos los discernimientos), hace falta una buena dosis de humildad, de sabiduría, de generosidad y de coraje. No es sólo un consejo para estos hermanos, es que lo necesitamos en la Vida Religiosa, necesitamos que sigan siendo significativos, que cuestionen y se cuestionen, que nos ayuden a los que quizás somos menos proféticos y creativos a no refugiarnos en las estructuras y en las instituciones. Necesitamos, en definitiva, que no se queden “en el 73 con Bowie y T-Rex”.

Y es que, si no se hace esa revisión, nos convertiremos en personajes decadentes como (por poner un ejemplo algo más culto) aquel Conde Franz Xaver Morstin de ese delicioso relato de Joseph Roth (El busto del emperador), aquel anciano que vistió sus mejores galas del imperio austrohúngaro, expuso el busto del emperador y se negó a escuchar que el imperio no existía más. Cuando las nuevas autoridades le obligaron a retirar el busto, le organizó un sentido y emocionado entierro y se negó (eso sí, de forma elegante y decadente) a ver la nueva realidad…