Desde Mayo del 2020, quizás urgido por encontrar luz en medio de la difícil situación mundial, el Papa inició un ciclo de catequesis sobre la oración, que ha durado hasta el dieciséis de Junio del 2021. Concretamente treinta y ocho catequesis. Impresionante recorrido, donde el Papa Francisco define a la Iglesia como una gran escuela de oración, cuyo corazón es la familia, donde muchos aprendimos a rezar nuestras primeras oraciones sentados en las rodillas de nuestros padres o abuelos.
Todo en la Iglesia -añadió- nace en la oración y todo crece gracias a la oración […] Y todos tenemos una tarea esencial en la Iglesia, aunque no la única: “rezar y educar para rezar”. La bellísima tarea de: “Transmitir de generación en generación la lámpara de la fe con el aceite de la oración. […] Sin la luz de esta lámpara, no podríamos ver el camino para evangelizar, es más, no podríamos ver el camino para creer bien; no podríamos ver los rostros de los hermanos para acercarnos y servir; no podríamos iluminar la sala donde nos reunimos en comunidad… Sin fe, todo se derrumba; y sin oración, la fe se apaga.”
No hay ni una palabra de desperdicio en estas catequesis. Merece la pena leerlas, orarlas y hacerlas vida en nuestro caminar cotidiano.
Desde la realidad de la vida que estamos pisando, el Santo Padre nos ha dicho con gran lucidez: “La pandemia sigue causando heridas profundas, desenmascarando nuestras vulnerabilidades. Son muchos los difuntos, muchísimos los enfermos, en todos los continentes. Muchas personas y muchas familias viven un tiempo de incertidumbre, a causa de los problemas socio-económicos, que afectan especialmente a los más pobres […] Por eso debemos tener bien fija nuestra mirada en Jesús (cfr. Hb 12, 2), y con esta fe abrazar la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos da (cfr. Mc 1,5; Mt 4,17; CIC, 2816). Un Reino de sanación y de salvación que está ya presente en medio de nosotros (cfr. Lc 10,11). Un Reino de justicia y de paz que se manifiesta con obras de caridad, que a su vez aumentan la esperanza y refuerzan la fe (cfr. 1 Cor 13,13). En la tradición cristiana, fe, esperanza y caridad son mucho más que sentimientos o actitudes. Son virtudes infundidas en nosotros por la gracia del Espíritu Santo (cfr. CIC, 1812-1813): dones que nos sanan y que nos hacen sanadores, dones que nos abren a nuevos horizontes, también mientras navegamos en las difíciles aguas de nuestro tiempo […] Sólo un nuevo encuentro con el Evangelio nos sanará”
Resuenan dentro mí estas catequesis, y esta urgencia de educar en la oración, que nos proporcione un “nuevo encuentro con el Evangelio”. Desde estos sentimientos, retomamos nuestro camino por el itinerario de la Lectio divina, como ruta de formación permanente, compartiendo con vosotros mi experiencia de encuentro con el Evangelio y la persona de Jesús educando en ellos.
Ir al encuentro de Jesús, guiados por una frase.
Habíamos visto en la anterior reflexión la Statio, la Lectio y la Meditatio, los tres primeros pasos de la lectura orante de la Biblia. De esta última el Papa expresa bellamente: “Para un cristiano “meditar” es buscar una síntesis: significa ponerse delante de la gran página de la Revelación para intentar hacerla nuestra, asumiéndola completamente. Y el cristiano, después de haber acogido la Palabra de Dios, no la tiene cerrada dentro de sí, porque esa Palabra debe encontrarse con “otro libro”, que el Catecismo llama “el de la vida”. Es lo que intentamos hacer cada vez que meditamos la Palabra […] Meditar, por así decir, se parecería a detenerse y respirar hondo en la vida. […] Meditar es una dimensión humana necesaria, pero meditar en el contexto cristiano va más allá: es una dimensión que no debe ser cancelada. La gran puerta de un bautizado, a través de la cual pasa la oración, -lo recordamos una vez más- es Jesucristo. Para el cristiano la meditación entra por la puerta de Jesucristo. También la práctica de la meditación sigue este sendero. Y el cristiano, cuando reza, no aspira a la plena transparencia de sí, no se pone en búsqueda del núcleo más profundo de su yo. Esto es lícito, pero el cristiano busca otra cosa. La oración del cristiano es sobre todo encuentro con el Otro, con el Otro pero con la O mayúscula: el encuentro trascendente con Dios. Si una experiencia de oración nos dona la paz interior, o el dominio de nosotros mismos, o la lucidez sobre el camino que emprender, estos resultados son, por así decir, efectos colaterales de la gracia de la oración cristiana que es el encuentro con Jesús, es decir, meditar es ir al encuentro con Jesús, guiados por una frase o una palabra de la Sagrada Escritura”.
Y ciertamente una pequeña frase, o una palabra insignificante, oradas tienen la fuerza de conducirnos hacia Dios y la verdad de la vida. Con este deseo de encontrarnos con Dios, entrando por la puerta de Jesucristo, vamos a ver cómo de la Meditatio brota la Oratio, mi respuesta a la Palabra de Dios; se inicia así un diálogo con el texto vivo. Tras habernos sumergido en el texto, y haber recibido el agua de Cristo que es su Palabra, nace del corazón una respuesta inmediata, nos presentamos ante Dios sin disfraces ni poses, con nuestra pobreza y dificultades, a recibir su fuerza, su luz y sus riquezas, agradeciendo la condescendencia de darnos su Palabra.
- ORATIO
La Oratio tiene una “entrada”, un pórtico por donde acceder al interior, como en los templos, que en este caso es un “espacio de silencio absoluto” y escucha meditativa del texto bíblico. Silencio para quitarnos todo disfraz de prepotencia, y detenernos en el atrio de los pobres, entrar en la Oratio como un mendigo, reconociendo que no sabemos orar, por muchos años de vida consagrada que llevemos. Es importante presentarnos “absolutamente pobres” ante Dios, y pedir que el Espíritu nos guíe, despojarnos de ideas preconcebidas, de falsas seguridades, y de esas soberbias bravatas, que ha prometido el Señor quitar de nuestro interior (cf. Sof 3, 9-13). Ayuda mucho bendecir a Dios en la espera de su don gratuito: su presencia amorosa y comunicativa, que va haciéndonos nacer a una vida nueva.
El hombre nuevo de la Oratio, como Jesús, al alba sube solitario al monte, aspira a tener un espacio libre del bullicio alienante que oculta la verdad del ser humano. El hombre viejo suele tener miedo a este silencio orante, que surge con más profundidad tras una Lectio o lectura sosegada del texto bíblico.
Con frecuencia la oración se pierde, o se debilita, porque no parte de la escucha de la Palabra. Hemos de contar con nuestra fragilidad humana en la oración: a la mente nos vienen todas las cosas que hay que hacer, los lamentos y quejas, los juicios y descontentos… Todo este bagaje se despierta justo cuando he de iniciar el diálogo con el Señor vivo en su Palabra; entonces ayuda mucho centrarse en un verso, o en la palabra del texto que me ha tocado el corazón, escrutarlo y perseverar en su atenta escucha.
También el arrullo de la humildad, y el reconocimiento de que no podemos orar, aceptando esta “incapacidad” (cf. Rom 5, 6 asthèneia), nos abre la puerta a la Oratio, que se convierte en alegría con profundidad y hondura de espíritu, alegría de Dios, como una pequeña chispa, que vale más que todos los bienes del mundo.
Poco a poco, vamos descubriendo que es en la Oratio donde nace el verdadero “servicio a los demás”, que no es simplemente expresión de una compasión inmediata y pasajera, sino un “servicio orante” permanente, que descentrándonos de nuestro ego, nos posibilita contemplar el sinsentido de tantas situaciones humanas de muchos hermanos, que participan de este gemido interior nuestro, y descubrir -en diálogo con Dios- el significado de lo que estamos viviendo. Brota entonces la urgencia de consolar a todos los hermanos, los de cerca y los de lejos, a todos quisiéramos arrastrar hacia el consuelo de Dios que recibimos por pura gracia.
La Oratio va un paso por delante de la Contemplatio, pero ya en aquella se va gestando esta, como un alumbramiento a una nueva aurora.
- CONTEMPLATIO
La contemplación es el nacer de lo alto de los ojos. Comienzo a mirar todo –incluso a mí mismo- con ojos nuevos, nacidos de la Palabra, que ven los acontecimientos -y todo lo que nos rodea-, con otra escala de valores y con un sentido diferente.
Mi mirada se mueve ahora en el espacio de la historia -tanto personal, familiar, parroquial, nacional…- con una luz nueva y una valoración de los hechos distinta. Abandono todo en manos de Dios, en su Palabra puedo descansar de mis agobios, lo que antes pesaba y me apesadumbraba, ahora es ligero, porque experimento que no cargo yo sólo con ello, Dios camina junto a mí. Ante este cambio en mis ojos y mi corazón, me postro y adoro agradecido.
La Palabra contemplada acompaña la vida cotidiana como el vínculo que mantiene la unión de todo y sostiene todas las actividades. El corazón puede reposar en la certeza de que Dios guía nuestros pasos. Incluso en las circunstancias complejas que desazonan, María -modelo de contemplativa- nos enseña que, vivir bajo la Palabra de Dios, es interrogar estas circunstancias, releyéndolas a la luz del texto bíblico que estoy orando, dejando que aparezca una nueva visión de las cosas.
Desde este hondo interrogar, y desde este mirar nuevo, nace la Consolatio, la profunda consolación en los sufrimientos, por el apoyo de la Palabra de Dios. Y de esta consolación nace el discernimiento o Discretio.
Las palabras del Papa acerca de la contemplación son breves, pero con una honda sencillez, que las hace asequibles a todos: “La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista. El Catecismo describe esta transformación del corazón por parte de la oración citando un famoso testimonio del Santo Cura de Ars: “La oración contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y él me mira” […] La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres”. Todo nace de ahí: de un corazón que se siente mirado con amor. Entonces la realidad es contemplada con ojos diferentes […] Jesús ha sido maestro de esta mirada. En su vida no han faltado nunca los tiempos, los espacios, los silencios, la comunión amorosa que permite a la existencia no ser devastada por las pruebas inevitables, sino de custodiar intacta la belleza. Su secreto era la relación con el Padre celeste”
Urge en nuestros días custodiar la belleza de la vida, devastada por tantas situaciones difíciles. Sí, no desfallezcamos en esta guarda, acudamos a la Lectio divina como el manantial, por donde nos llega el agua de Dios que sacia nuestra sed, y poder así saciar a tantos sedientos de sentido, paz y bondad.
Nunca es demasiada la oración y el encuentro con Jesús. Así nos lo expresaba el Papa Francisco en otra de sus catequesis: “Alguien me dijo: “Hablas demasiado de la oración. No es necesario”. Sí, es necesario. Porque si no rezamos, no tendremos fuerzas para seguir adelante en la vida. La oración es como el oxígeno de la vida […] La oración es atraer sobre nosotros la presencia del Espíritu Santo que siempre nos lleva adelante. Por eso hablo tanto de la oración”.
Tomemos el oxígeno de la oración, y llevemos este oxígeno -a cuantos nos rodean- incansablemente. Saboreemos esta senda de la Lectio divina para seguir adelante. Y en una nueva reflexión -que veremos-, nos detendremos en los últimos pasos de este itinerario orante que es la Lectio divina.