Cuando el chakra del corazón se cierra aparecen disfunciones en los intercambios personales y en la conexión con nosotros mismos. No somos capaces de aceptarnos con todo, nos volvemos dependientes del reconocimiento de afuera y generamos actitudes defensivas; y si el miedo nos aprieta demasiado nos ponemos rígidos. Necesitamos ayudarnos a no vivir atenazados por el miedo que se está apoderando de las relaciones entre países y culturas: miedo a los diferentes, a lo que no conocemos, a las realidades que sentimos como amenaza.
Cuando el chakra del corazón está saludable sabemos recibir y dar, estamos más dispuestos a comprender y a perdonar, y podemos abrirnos a nuevas situaciones. Como aconsejaba Unamuno a un impetuoso joven: “en vez de decir ¡adelante! o ¡arriba!, di: ¡adentro! Reconcéntrate para irradiar, déjate llenar para que reboses luego…”. Lo mejor de cada uno lo gestamos adentro; a veces tarda tiempo en aflorar pero está ahí latente, esperando una mirada o una voz que venga a despertarlo. Me viene el recuerdo de una hermana mayor, que ya falleció, que contaba que en sus años de educadora lo primero que hacía al llegar a la clase era mirar a cada niño. Detenerse mirando sus vidas y sus cosas.