“ACOMPAÑAR CON REALISMO”

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(Damián Mª Montes). Pongamos nuestra mirada en el ámbito del acompañamiento, tan necesario para los jóvenes en general y, más aún, para aquellos que quieren entregar su vida como consagrados. Resulta evidente que hay aspectos de esta realidad que deben cambiar. Quizá la tarea más urgente, en este sentido, sea la de acompañar con realismo. ¿A qué me refiero?

Una de las claves para comprender la urgencia de esta tarea la podemos encontrar en el ámbito de la afectividad y la sexualidad. Durante mucho tiempo hemos sido testigos de modelos que favorecían el trabajo espiritual partiendo de la “irrealidad” de la persona. Estos modelos basaban todo el proceso de crecimiento afectivo en aspectos como la búsqueda de la pureza o la sublimación del placer, y olvidaban (o negaban) que el afecto y la sexualidad son dos de las grandes fuerzas configuradoras del ser humano. El resultado, en muchas ocasiones, ha sido el de personalidades dañadas, incapaces para las relaciones sociales o, en el polo opuesto, personalidades heridas de éxito social, junto a otros aspectos desastrosos para la vida comunitaria como, por ejemplo, la búsqueda del poder o el deseo de dominio de la conciencia del otro. Todo ello manifiesta una afectividad mal resuelta.

Es posible que el hecho de que este tema haya sido un tabú social durante tantos años, más aún en el contexto eclesial en el cual nos movemos, no haya ayudado precisamente a buscar modelos que partan de la realidad afectiva y sexuada del ser humano.

Actualmente necesitamos caminar en otra dirección, sin perder la oportunidad de ayudar a los jóvenes y consagrados para que pongan palabras a sus emociones, a sus afectos y a su propia condición sexual. De este modo el acompañamiento partiría de la realidad y no se construiría sobre una idea que tanto daño puede hacer a la propia persona, a la comunidad religiosa o, más aún, al pueblo que se anima en la fe.

Para que esto se de, necesitamos dos condiciones. Por un lado, hombres y mujeres que se especialicen en el acompañamiento y ayuden con su tarea a construir una sociedad de personas libres y maduras que pongan nombre a lo que ocupa su vida interior y su conciencia sin ningún tipo de máscaras. Por otro lado, personas que se dejen acompañar desde la conciencia de que el único modo de conseguir una afectividad realmente libre y madura, integrada en la opción de vida particular y celebrada como un verdadero don es desenmascararse. ¿Estamos dispuestos a ello?