domingo, 8 septiembre, 2024

Abusos de poder. “Primero la justicia, luego la misericordia”

(Sor Gemma Morató Sendra, OP.), 13/06/2022.- Poco a poco empieza a cuajar el entender qué significa hablar de abusos de poder en la vida religiosa; no digo que sea así para todo el mundo, pero ya callan muchos de los que decían categóricamente “no hay para tanto”, “qué pesados con esta canción” o “qué cansinos y obsesionados son con lo de los abusos”, por no hablar ahora de encubrimientos y en este caso, de personas desamparadas a las que no se les ha respetado o no se les respeta su dignidad. Hablo de dignidad, no de caprichos o nimieces. Ahora algunos ya miden sus reacciones, por tanto, el trabajo de la Iglesia, el trabajo sinodal que busca liderazgos creativos y constructivos va haciendo camino. Evidentemente entenderlo o hablarlo no es practicarlo o más bien, no es aniquilarlo, pero existen destellos de luz que abren caminos aunque  quedan aún abusos de poder que envilecen nuestra vida religiosa y que se deben destapar sin miedo.

Detrás de formas finas y sin alzar la voz, dejan sin aire a sus hermanos o hermanas

No hace mucho estuve en París, en unas jornadas sobre esta cuestión. Todo lo que se presentó, habló y compartió me dio mucho en que pensar. Quizás lo primero es que debemos, en momentos complicados, tomar distancia, buscar a dónde ir, quién nos puede acompañar. Tomar aire y las cosas se ven distintas. Hay comunidades, provincias e incluso congregaciones en que los que tienen el poder, detrás de formas finas y sin alzar la voz, dejan sin aire a sus hermanos o hermanas. Las ventanas se empequeñecen y muchos religiosos ya ni ven lo que están sufriendo, otros lo ofrecen al Señor sin más opción, y otros lo padecen profundamente sin saber qué hacer. Es una asfixia a veces incluso silenciosa.

En dichas jornadas se presentó que todos, en cierta manera, somos abusadores alguna vez, y de aquí que si nos analizamos podemos detectar ciertas dinámicas de lo que significa abusar, evidentemente debemos cuidar esos impulsos quizás fruto de nuestro carácter o de que a todos nos gusta tener razón. Nadie está exento de hacer su examen de conciencia, y siempre hay alguna parcelita de poder que puede llevarnos al abuso. Dicho esto, lo que aquí pretendo es reflexionar sobre los que ostentan el poder, este que debería ser “servicio de autoridad” pero que se convierte, aún hoy día, en “yo soy quien manda y sé lo que debo hacer”. En una Iglesia sinodal no caben estos pareceres y oírlos parece de película, pero es aquello de que la realidad supera la ficción todavía en algunos estamentos de la Iglesia y de la Vida Consagrada.

Uno de los ponentes al que tuve el gusto de escuchar fue el benedictino, Achille Mestre[1], con un discurso clarísimo, valiente y contundente, y unos puntos esenciales a respetar en la vida comunitaria. “Primero la justicia, luego la misericordia”, afirmó muy seriamente ante algunas preguntas benevolentes que intentaban espiritualizar situaciones.

Tener y respetar «un marco» de actuación

Una de las cuestiones que más salió y me sorprendió por la buena acogida que tuvo, seguramente fruto del pensamiento reflexivo francés que tanto nos cuesta a veces a los que tenemos un talante latino, es la necesidad de tener y respetar “un marco” de actuación, refiriéndose a la condición de tener los órganos de gobierno bien establecidos y actuando, a la necesidad de tener superiores locales, y sobre todo el requisito ineludible de respeto a las constituciones y al derecho propio. En otras ocasiones ya he destacado la importancia de trabajar y releer aquello que elegimos vivir el día de nuestra profesión. Mestre insistió mucho en respetar lo que contienen estos textos, que deben ser simples, claros, entendibles y accesibles a todos. Y pensé que cuántas veces citamos nuestro derecho propio o el derecho canónico y nos miran con cara de “¿tú de qué vas?”. Y aquí, en nuestra cultura, a menudo quien menosprecia la ley pasa por modernillo y hasta humano, cuando sólo que ahondáramos un poco más nos daríamos cuenta de que el derecho canónico y las constituciones de cada instituto son protectores de la libertad de todo consagrado.

Se hace necesario el respeto a la alteridad y Mestre alertó sobre la cultura de sólo lo mío, del autobombo. Es estar abiertos a la diversidad en la formación, en los aprendizajes, en las experiencias, en los puntos de vista, … con una gran apertura al espíritu crítico. Para eso se debe dar, e incluso arriesgar, en la formación. Hay quien acusa a unos de ser un “vosotros”, pero no se dan cuenta que entonces ellos son un “nosotros” que deviene otro “vosotros”. Y así es la vida. Cuidado en acusar pues te estás acusando exactamente de lo mismo. Y, además, es hora de pensar sin tanto rencor que ante un “nosotros” y un “vosotros”, lo que hay es diversidad en un mismo camino. No es simplemente ir juntos, sino que es ir con el otro y con los otros, así se avanza en sinodalidad.

En ese necesario marco de actuación que se planteó, destaca también el respeto mutuo entre poderes, pues cada congregación tiene sus puntos de equilibrio y es esencial respetar los poderes y contrapoderes: capítulo, consejo, superiores… y además la importancia de respetar la diferenciación de funciones: maestro de novicios, acompañante espiritual, provincial, ecónomo, secretario… Y respetarlos significa dar a cada uno la responsabilidad y el valor que le compete, pues elegir o nombrar a alguien para no respetarle en sus funciones tampoco sirve. Y no prescindir nunca de la supervisión que tan bien delimitada tenemos, aunque no siempre aplicada. No debe existir el ejercicio de responsabilidades sin supervisión: superior, acompañante, confesor… visitas canónicas, apostólicas…

“La justicia, especialmente la administrativa, es el pariente pobre de la protección de los derechos en la Iglesia”

Y, por último, la necesidad de contar con posibilidades reales y amplias de apelación. Para Achille Mestre, OSB, “la justicia, especialmente la administrativa, es el pariente pobre de la protección de los derechos en la Iglesia”. Los procedimientos no son fáciles, a menudo engorrosos, complejos y poco conocidos, pero existen y deben normalizarse para respetarnos, construir juntos y respetar las opiniones distintas, siempre partiendo de las instancias deliberativas que tenemos tan bien enmarcadas y del derecho canónico y el propio para garantizar la libertad y protegernos de ciertas derivas y sobre todo preservar la dignidad de las personas. No olvidemos que siempre podemos apelar a una instancia superior en la misma congregación o en la Iglesia, empezando por las delegaciones de vida consagrada diocesanas hasta llegar al Vaticano si conviene. Eso sí, apostillaba una canonista presente en el encuentro, si se junta más de una persona ante un problema, el procedimiento tendrá más peso, aunque ya sabemos que a veces los abusos tocan a personas individualmente.

Seguimos al Señor, hicimos unos votos, pero este seguimiento no anula jamás la dignidad de nadie y su libertad más profunda. No tengamos miedo a decir, confrontar o destapar, porque hay cosas que Dios no quiere.


[1] Recomiendo la lectura del artículo « Importance du droit canonique de la vie religieuse pour une bonne santé de l’institution » de Achille Mestre en Médiasèvres 2020 : « L’institution, obstacle et chemin vers Dieu ».

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