“Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros”.
“Dios-con-nosotros”: No es un grito de guerra, no es un grito de nada: es un nombre, es descripción, narración, noticia, es evangelio.
¿De qué Dios se habla?; ¿con quién está ese Dios?
Los poderosos saben que su Dios, el poder, está con ellos. Los fabricantes de pobres saben que su Dios, el dinero, está con ellos. Los dueños de vidas humanas y recursos económicos saben que su Dios, la arrogancia del poder y del dinero, está con ellos…
Me pregunto para quién son buena noticia esa Virgen y ese parto de los que habla el profeta.
Ni ella ni su parto son evangelio para políticos que se dicen cristianos y niegan a los humillados de la tierra el derecho a salir de su humillación. Ni ella ni su parto son buena noticia para eclesiásticos que en hombres, mujeres y niños que huyen de la esclavitud, apenas consiguen ver nada si no es una amenaza para el propio mundo de rutinas, de poder, de privilegios. Ni ella ni su parto representan nada para un mundo que se ha olvidado de cuidar a Cristo donde Cristo sufre, un mundo que no recibe a Cristo en los que tienen hambre, en los que tienen sed, en los que tienen frío, en los que carecen de un techo que los cobije, en los que mueren de soledad. Ni ella ni su parto son para quienes comulgamos fingiendo acoger a Cristo en la eucaristía y haciéndole ascos en el diferente, despreciándolo en el clandestino, ahogándolo en el emigrante, devolviéndolo al infierno apenas ha puesta pie a este lado de nuestras fronteras.
Las iglesias se han llenado de ahoga Cristos que fingen comulgar con él.
La Virgen y su parto dejan a un Dios pobre entre pobres, revelan a un Dios abandonado entre abandonados, nos asombran con la visión de un Dios emigrante entre emigrantes.
La Virgen y su parto dejan a Dios donde nadie lo hubiese esperado, tal vez donde nadie lo hubiese querido, y donde sólo los pobres lo pueden acoger y reconocer.
La Virgen y su parto son buena noticia para pobres, y sólo para pobres.
Nos quedaremos sin buena noticia –sin evangelio- obispos, curas, frailes y monjas, poderosos y conformistas, que nos servimos de los pobres y del Pobre para mantener la posición, supuestos cristianos que justificamos el horror que los pobres padecen, los hacemos culpables de los males que padecen, y pensamos que, después de todo, la muerte, los pobres se la han buscado, pensamos incluso que han sido tan necios que, para morir, han pagado lo que no tenían.
Todos corremos el riesgo de quedarnos sin navidad, aunque nuestras mesas se llenen de cosas superfluas en las que hemos gastado lo que los pobres necesitan para pan.
“Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros”: Dios con los pequeños, Dios con los humildes, Dios con los lisiados, Dios con los que nada tienen, puede que ni siquiera fe en Dios. Dios con los bebés perdidos en el mar; Dios con las mujeres que nunca llegarán a otro puerto que el de la prostitución, el de la trata, el de los esclavas sexuales; Dios con los desahuciados, con los mutilados, con los maltratados, con los asfixiados por el poder económico, por el poder político, por el poder…
Sólo para los pobres hay navidad. Sólo para ellos es este evangelio: “Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros”.
¡Sólo para pobres!