A LA LUZ DE TU MIRADA

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Me halaga ser invitado a compartir reflexiones y experiencias en este espacio querido de Vida Religiosa, a la que me siento afectivamente unido, desde hace  muchos años a través de mi amigo Pedro Belderrain, y actualmente por medio de Luis Gonzalo. Me piden que ponga un título de referencia a este blog  y, tras darle vueltas, me quedo con el de “A la luz de tu mirada”. Lo hago por  razones que explico  y que pueden dar el sentido de lo que quiero compartir y ofrecer desde esta ventana, en la que sé que voy a recibir gracia tras gracia, luz y vida.

La  explicación viene de mi quehacer diario como hijo ante mi madre. Mi padre murió en el año 1993, desde entonces mi madre ha estado con nosotros, sus hijos, desde la casa del pueblo en los primeros años  y, al terminar yo mi trabajo en el seminario como formador  y comenzar mi andadura pastoral en la universidad, viviendo en casa  particular, ella ha estado permanentemente -ya diecisiete años-  conmigo. Con su aportación materna ha posibilitado siempre que yo estuviera al cien por cien dedicado a las tareas pastorales encomendadas. En este sentido lo he recibido todo de ella sin nada a cambio.

Al cumplir los ochenta, ya ha ido viviendo la limitación de una forma rápida excepto a lo que  se refiere a su mente. La vejez, con su enfermedad, ha avanzado y la ha ido paralizando poco a poco. Últimamente ha perdido las fuerzas en los pies y la silla de ruedas ha sustituido el poco dinamismo que le quedaba; y ella que era parlanchina agradable y dicharachera de la sencillez y la gracia,  ya no puede hablarnos, no la entendemos, pero nunca ha dejado de comunicarse.

En medio de esta situación, hay momentos  en los que nos quedamos solos, sobre todo a la noche cuando le sirvo la cena poquito a poco porque su tragar es lento y difícil, y cuando ya acabada la jornada la llevo a su habitación para ponerla en su cama, y arroparla para pasar la noche, con el sueño que permanece como un don extraordinario en ella. En estos momentos, soy yo el que hablo, le cuento, le interpreto, y no sólo hablo lo que yo quiero decirle, sino lo que entreveo que ella quiere contestarme, y también contarme. Es un diálogo interesante en el que yo, siendo el único que hablo, siento que es donde más escucho y quiero escuchar.

Pero lo que se impone, cuando yo ya silencio porque no tengo más que decir o porque ya no quiero, es su mirada. Y su mirada tiene luz y brillo especial, su mirada  entiende y  escucha todo lo que le llega, al mismo tiempo que  dice y  expresa lo que ella es y sigue queriendo. Y en su mirada estoy profundizando yo la mirada de Dios,  la que quiero que sea mi luz en el camino de la vida. Ese es el marco de mi título,  quiero ver la realidad iluminada con la mirada de Dios, como él la ve. Desde ahí oro y reflexiono -comienzo este blog-  con la sacramentalidad  que encuentro en la mirada de mi madre:

“Tu mirada me abarca y me sobrecoge, es sublime. En ella siento la historia consumada de un mirar diario, silencioso, oculto, a la vez que tierno, compasivo, afectado y entregado. !Cómo se me hace evidente en tu rostro que lo esencial es invisible a los ojos y que sólo se ve bien con los ojos del corazón¡  Se aúnan en tu mirada sentimientos y gritos,  que acojo con una intensidad que me hacen fuerte  en mi debilidad. En tu mirada estoy encontrando el agradecimiento profundo de lo gratuito, habiendo sido tú quien lo has dado todo siempre, quedándote  radicalmente sin nada para que tuviéramos vida.

Veo el reconocimiento de lo interno, de una unidad  que no la rompe ninguna limitación, sino que se ha hecho fuerte en la complicidad de los que han comprendido el sentido y el signo de la vida, donde el tener y el hacer han quedado obnubilados por un querer que no tiene más apoyo y fundamento que  las entrañas de cada uno, las que se funden en únicas  y originales como nunca se habían sentido.

Y, desde las entrañas,  me muestras en tu mirada tu debilidad gozosa, consciente de que me estás enriqueciendo como nadie nunca lo había hecho, y lo haces con la nada de tu dependencia total y con la mirada llena de satisfacción y alegría al ver cómo me muevo y soy contigo; veo en tus ojos el orgullo felicitante  que me hace reconocerme como un  hijo querido de la madre buena que siempre sabe sacar lo mejor de su prole sin pedirlo, mucho menos exigirlo.

Tu mirada así se hace sanante  para mí como nunca fui sanado,  y me libera de muchos miedos, de muchas culpas, dolores y sentimientos, que se enroscan en mi debilidad y quieren hacerse dueños míos en la dependencia; tú me haces mucho más libre, cuando en tu mirada observo que no te tiene retenida, menos  aún esclavizada, la quietud de tu cuerpo y de tus miembros. Más bien, tu prisión está  siendo plataforma de una libertad indescifrable, que solo es entendible en el lenguaje  de la cruz sencilla del carpintero;  la de los dos maderos,  que en el crucificado marcan la verticalidad de la mirada al Padre que enraíza en la confianza del absoluto, y la de la horizontalidad de una entrega hecha pan para los otros, donde no te han quedado ni migajas,  y ahora ya sólo te falta ir entregando el espíritu con mucho Espíritu.

Pero tu mirada sería triste, o mi tristeza sería grande, si no te viera como te veo resucitada; tu mirada tiene risa,  a veces carcajada, y las tiene cuando más faltan hacen y cuando menos razones hay para tenerlas. Es un milagro y yo me estoy convirtiendo como el ciego del camino que  comienza a ver. Como un tesoro  vengo guardando tu mirar, pero ya  es tan grande que no puedo no gritarlo, en tu mirada estoy encontrando la fuerza del resucitado; mientras más te apagas, más fijas tu mirada en mí, más me clavas en la esperanza y en el sentido,  más fuerte me siento,  más ganas tengo de vivirte y de vivir sin miedo.

Deseo ser  transparente como tu mirada;  con el riesgo asumido porque  en ti no hay temor y tienes fuerza, cuando ya parece que no eres nada en la revolución de darlo todo, en  una trascendencia de la divinidad regalada que, en tu dolor y en tus dolores,  se hace eternidad amada  y gozo contenido. Así nos preparas para que, cuando tú te vayas en la puesta de sol agradecida y silenciosa cerrando suavemente tus párpados, sepamos que te vas para arribar a la alegría completa y poder hacer que nosotros la recibamos , de una vez para siempre, comulgando en tu vida  y en tu mirada, que entonces ya estará transfigurada y cristificada en la radicalidad del absoluto.”