El ébola cincela la misión de la vida religiosa
El ébola se está convirtiendo en el signo de la desprotección y también en la parábola de la vida consagrada. La orden de Hermanos de San Juan de Dios vive su pascua carismática al lado del pueblo africano. Cuando publicamos estas líneas, otro hospitalario español, Manuel García Viejo, acaba de fallecer.
El verano no suele abundar en noticias interesantes. Los medios de comunicación generalmente llenan el tiempo estival de los informativos y de los programas que toman como argumento la actualidad con noticias y comentarios de poca trascendencia. Esta tónica general se ha visto truncada, al menos en el panorama mediático español, en la primera quincena del mes de agosto pasado, al saltar a los teletipos la noticia de que Miguel Pajares Martín, un religioso de la Orden de San Juan de Dios, estaba infectado por el virus del ébola en el Hospital San José de Monrovia, la capital de Liberia. Poco a poco, se fueron conociendo más detalles de la situación. En la misma comunidad religiosa en la que vivía el Hno. Miguel, el Hno. Patrick Shamdze, director del Hospital, había contraído la enfermedad, a consecuencia de la cual fallecía el día dos de agosto. Otro religioso de San Juan de Dios, el Hno. George Combey, una religiosa Misionera de María Inmaculada, Chantal Pascaline, además de algunos profesionales sanitarios del Hospital San José, también sucumbieron al temible virus.
El Hno. Miguel fue repatriado a España, con la esperanza de que una mejor atención médica pudiera salvarle la vida. El día 12 de agosto conocimos la noticia de su fallecimiento en el Hospital Carlos III de Madrid, donde estaba siendo atendido. El complejo dispositivo de repatriación y los esfuerzos del personal sanitario, que la Orden Hospitalaria agradece encarecidamente, no pudieron salvarle la vida.
Fueron quince días intensos, en los que fuimos testigos de una sobreexposición mediática del caso, comentado en las redes sociales, seguido en los hogares, objeto de atención en tertulias y programas informativos. Se comprenden bien las razones que motivaron esta atención de los medios y de la sociedad en general, ya que se trataba, como se ha repetido muchas veces, del primer europeo infectado por el virus del ébola, cuya repatriación después de haber contraído la infección generó en algunos sectores inquietud y recelos. De repente, el virus del ébola entró a formar parte de nuestra preocupación inmediata. Sin vacuna, sin tratamiento que logre frenar la infección, con unas tasas de mortalidad estremecedoras, el ébola, terrible y amenazador, ya no era una realidad tan lejana.
Miguel Pajares, el Hospital San José de Monrovia, las Misioneras de la Inmaculada, los Hermanos de San Juan de Dios… Los periodistas tuvieron que hacer un serio esfuerzo de documentación. Poca atención había recibido hasta ahora el pequeño grupo de religiosos que animaban esta obra de la Iglesia en Monrovia. Una obra que precisamente este año celebraba el cincuenta aniversario de su fundación. Surgió como iniciativa de los Hermanos de San Juan de Dios de la Provincia de Castilla, asumida después por la joven Provincia africana de San Agustín. Y durante estas cinco décadas se ha convertido en un referente de la atención sanitaria y de la acción social en la capital de Liberia. Allí desempeñaban su misión las dos comunidades religiosas, junto a un numeroso grupo de profesionales de la salud, y con el apoyo de muchas personas y entidades de Liberia y de otros países.
El Hno. Miguel Pajares, nacido en el pueblo toledano de la Iglesuela en 1939, llegó a Monrovia en el año 2007. Él mismo pidió a los superiores de la Orden incorporarse a esta misión, que no era su primer contacto con África, ya que había estado anteriormente en Koforidua (Ghana) durante 5 años, y colaboró también en la formación de los jóvenes hermanos africanos cuando era requerido para ello. Sacerdote y enfermero, en España trabajó, en diferentes períodos, en casi todos los sectores en los que la Orden Hospitalaria tiene presencia: hospitales generales, salud mental, personas sin hogar, personas con discapacidad intelectual. También recibió en la Provincia diferentes encargos en relación con la formación de hermanos, la pastoral y las vocaciones. Una vida realmente plena, entregada, que supo hacer realidad aquello que los Hermanos de San Juan de Dios expresan en sus Constituciones: “Con nuestra donación libre y total a Dios, aceptamos ser enviados al mundo como signos de su amor misericordioso” (Constituciones OH, 8).
La última etapa del Hno. Miguel en África ha sido particularmente fecunda. A una edad en la que ya se va experimentando el declive de las fuerzas y aparecen con más frecuencia problemas de salud, pidió espontáneamente poder incorporarse a esta misión. Y se entregó a ella en cuerpo y alma. Los hermanos y colaboradores de la Provincia hemos sido testigos de su entusiasmo, de su extraordinario dinamismo y de la ilusión contagiosa con la que vivía todo lo relacionado con este proyecto de hospitalidad, sin escatimar esfuerzos y descuidando incluso su propia salud, ya últimamente bastante quebrantada. En el Hospital San José era actualmente superior de la pequeña comunidad de hermanos, y se ocupaba de la atención pastoral de los enfermos y del personal. (Leer más en Vr/octubre 2014 n.8/vol117).