Nos disponemos a celebrar la fiesta de la Ascensión del Señor. La fe intuye que el mundo fue creado para el misterio de este día, para hacer posible este día de Jesús, este día de la humanidad, este día de Dios.
El evangelista, como quien guarda la inmensidad del océano en un hoyo de la playa, encerró en la humildad de unas pocas palabras la gloria de la Ascensión del Señor: “Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios”.
La memoria de este misterio de gracia y de gloria te da palabras de eucaristía: “En verdad, es nuestro deber y salvación darte gracias, Señor, Padre santo, porque Jesús ha ascendido hoy a lo más alto del cielo… allí ha querido precedernos… para que vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino”.
Considera, Iglesia de Cristo, cuál es tu destino, pues hoy se te concede contemplar abiertas para quien es nuestra cabeza, para quienes somos su cuerpo y para la creación entera las puertas del cielo.
Dios te ama hasta dar la vida para elevarte con él, por elevarte hasta él.
De ese amor que te diviniza es sacramento el Cuerpo de Cristo que recibes en comunión. Si comulgas, crees que viene a ti tu Señor, y confiesas también que entras con tu Señor en el cielo, pues no se queda él en ti sin que tú te quedes en él.
Feliz comunión, feliz ascensión con Cristo Jesús.