“¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

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Se lo dice al salmista el Espíritu que inspiró las palabras de su canto; lo dice a sus hermanos de fe el creyente que en la oración hace suyas las palabras del salmo; lo dice hoy la Iglesia con sus hijos, pues desea que nunca se aparten del camino de la vida: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

Tú, que amas a Cristo, que caminas con él, que dejas tu vida en manos de su Espíritu para que haga de ti otro Cristo, siguiendo a tu Señor aprendes cada día a escuchar como él, intentas obedecer como él, buscas que el cumplimiento de la voluntad del Padre sea tu alimento como lo fue para él.

Hoy, en la eucaristía, con Cristo y con su Iglesia, unos a otros nos animamos a avanzar por el camino que lleva a la vida, y nos decimos: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

Esa voz, por ser la de Dios, es la del amor, pues Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios, guarda sus mandatos, cumple su voluntad.

Os lo recuerdo, queridos, aunque ya lo sabéis: ¡Ojalá escuchéis hoy la voz del amor!, para que no pequéis contra Dios siguiendo otras voces que resuenan siempre engañosas en el corazón del hombre.

Son muchos los hombres que no creen en Dios, pero todos llevan dentro una voz en la que creen, la voz de sus razones, la de sus intereses, la del poder, la del prestigio, la del dinero, la de la ambición, la de la envidia, y todos oyen esa voz, todos la obedecen, todos le rinden culto; para bien o para mal, todos entregan a esa voz la propia vida.

Quien degüella a seres humanos como si fuesen corderos de sacrificio, lo hace en nombre de esa voz. Quien tiraniza a los pobres y les cierra los caminos del pan, lo hace en nombre de esa voz. Quien convierte a los seres humanos en bienes de consumo, lo hace en nombre de esa voz. Quienes destruyen con la especulación la economía de un país, lo hacen en nombre de esa voz. Quienes echan a la basura la vida de los indefensos, lo hacen en nombre de esa voz.

Todos han escuchado esa voz, pero no la de Dios, pues en ninguno de ellos se encuentra lo que es propio de Dios: la vulnerabilidad del amor, la misericordia entrañable, la clemencia compasiva, la fidelidad incondicional, la solidaridad que a Dios lo despojó de sí mismo.

¡No escuchará la voz de Dios quien no escucha la voz de los pobres!

“¡Ojalá escuchéis hoy su voz!”

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