Más tarde o más temprano, todos acabamos emplazados.
Las gentes de Nínive lo fueron por la muerte: “Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”.
Las gentes de Galilea lo fueron por el evangelio: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios”.
Las palabras de la revelación, ya fijen plazo a la destrucción, ya nos convoquen a entrar en el Reino de Dios, son sacramentos de la gracia con que Dios visita a los pecadores, son siempre sacramentos de salvación.
La predicación, la del profeta y la de Jesús, es evidencia de la ternura de Dios con sus hijos, es memoria de su misericordia, de su fidelidad, de su bondad y rectitud.
Hoy resuena en nuestra asamblea la palabra que a todos nos emplaza: “Está cerca el Reino de Dios; creed la Buena Noticia”. ¡”Está cerca”!: creed; ¡”está cerca”!: entrad; ¡”está cerca”!: comulgad.
El Señor está cerca, tan cerca como su palabra, tan cerca como su cuerpo eucarístico, tan cerca como su cuerpo eclesial, tan cerca como su cuerpo necesitado, tan cerca como los hermanos, tan cerca como los pobres, tan cerca que puedes oírlo, puedes cuidar de él, puedes abrazarlo, puedes comulgarlo.
Si dejas que la palabra entre en tu corazón, estarás entrando tú en el Reino de Dios.
Si dejas que Cristo viva en ti, estarás haciendo tuya la Buena Noticia que viene con él, la Buena Noticia que es él.
Si un pobre se acerca a tu vida, recuerda siempre que, en el pobre, se estará acercando a ti el Señor a quien escuchas en la palabra y a quien recibes en la Eucaristía.
El plazo está fijado y es ahora: “Está cerca el Reino de Dios: Convertíos”.
Feliz domingo.