¡Tu todo -tu nada- por el todo de Dios!:

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El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”:

Ese tesoro, aun siendo el más precioso de los tesoros, nada vale para quien no lo encuentra, ninguna alegría deja en quien no sabe de él, ningún impulso genera en quien no lo ha visto con sus propios ojos. Si no lo encuentras, ¡para ti ese tesoro no existe!

Pero si lo encuentras, la alegría se desborda y la acción se hace improrrogable, pues no habrás hallado algo que te faltaba para tener mucho, riquezas que añadir a lo que ya tenías, sino que habrás dado con algo que todas las substituye, algo que todo lo excluye, algo que él solo lo es todo: ¡tu todo –tu nada- por el todo de Dios!

Vienen a la memoria las palabras de Jesús al joven rico: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme”.

Conoces el fin de aquella historia: “Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico”.

Habrás observado que para comprar el campo, no se requiere que tengas mucho, sino que des por él todo lo que tienes. Y eso hace que el campo, su tesoro y la alegría de haberlo encontrado los tenga más a mano el que tiene poco que el que tiene mucho.

Ese tesoro, que es el Reino, está escondido para todos y disponible para todos. Si le das nombre, puedes llamarlo vida eterna, sabiduría de Dios, sacramento de salvación; o puedes llamarlo sencillamente Jesús, el Mesías, el Señor, el hombre nuevo de la nueva humanidad.

Ese tesoro lo encuentra el que cree, el que por la fe comulga con Cristo, el que en comunión con Cristo, en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, se entrega –lo da todo- al Padre del cielo y a los pobres de la tierra.

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