Transfigurados con Cristo:

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Es tiempo de compromiso de Dios contigo, es tiempo de alianza nueva y eterna con la humanidad, es tiempo de que conozcas promesas divinas que sobrepasan todo deseo.
Para manifestar su compromiso con Abrahán, Dios, como humareda de horno y antorcha ardiendo, pasó entre los miembros de los animales sacrificados.
Para manifestar su compromiso con la humanidad, Dios, la Palabra eterna de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Pon en labios de Abrahán la oración del salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación”. La oración evocará en el corazón del patriarca una antorcha encendida al ponerse el sol, un cielo de estrellas innumerables en la noche, y, en el futuro, una tierra para los hijos de la fidelidad de Dios.
Y ahora, Iglesia santa, haz tuya la oración que le dejaste a Abrahán: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Las mismas palabras evocan en ti la memoria de otra la luz, la Palabra de Dios que puso su tienda entre nosotros, otros hijos, que han nacido de Dios, otra tierra, que sólo Dios puede dar. Las mismas palabras evocan otra gloria, otra gracia, otra alianza, otra promesa.
“El Señor es mi luz y mi salvación”: Es esa luz y esa salvación, esa gloria y esa gracia, lo que Pedro, Juan y Santiago vieron “pasar” por el cuerpo de Jesús en la montaña de la transfiguración.
Esa luz y esa salvación, esa gloria y esa gracia brillan siempre en Cristo resucitado, y brillarán también en ti, serán tu luz y tu salvación, tu gloria y tu gracia, si reconoces en Jesús al Hijo de Dios, a su predilecto, y le escuchas. Esa luz y esa salvación, esa gloria y esa gracia serán la divina promesa que enriquece tu vida si te unes a Cristo por la fe, si lo recibes en la Eucaristía, si lo amas en los pobres.
Feliz domingo.

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