Os traigo la buena noticia:

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Con toda la Iglesia nos disponemos a celebrar la solemnidad del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Para vosotros, que deseabais su venida, eran las palabras de la profecía: “Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu Rey que viene, el Santo, el Salvador del mundo”. Para vosotros son ahora las palabras del evangelio: “Os traigo la buena noticia: os ha nacido un Salvador”.
El Nacimiento del Hijo de Dios según la carne, la aparición gloriosa de la gracia de Dios que trae al mundo la salvación, es misterio que fundamenta la esperanza, ilumina la vida, y llena de paz el corazón. Por eso quiero unir a la vuestra mi voz en un canto de alabanza al Padre, que nos ha dado a su Hijo y nos ha llamado a una inefable comunión con él: En ese Hijo los pobres hemos sido ya enaltecidos hasta el cielo, y, por ese Hijo, Dios se ha quedado para siempre entre los pobres.

Desde la tierra, cantamos con los ángeles:
En la noche del nacimiento de Cristo, en torno al ángel de la buena noticia, “apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”.
Eso es lo que los ángeles vieron aparecer cuando nació nuestro Salvador: en el cielo la gloria que el hombre debe a Dios, y en la tierra la paz que Dios ha preparado para los que ama. Y, porque viendo a aquel Niño, habían visto gloria y paz, llenaron la noche con un canto que lo proclamaba y lo celebraba.
Proclama tú, Iglesia de Cristo, lo que ves en este misterio de gracia, y, unida a los coros angélicos, celebra con tu canto lo que proclamas.
Hoy has visto nacido de mujer al Hijo de Dios. Hoy, en aquel Niño nacido bajo la ley, has visto al Señor que viene a liberarte de la ley. Hoy, en ese Niño nacido en un establo, entre animales, has visto al Verbo de Dios que tiene su morada en el cielo, entre los ángeles. Hoy has visto que la salvación está tan cerca de ti como lo está un niño del corazón de su madre. Hoy, en el misterio de ese Niño, nacido de la Virgen María, has visto encontrarse la misericordia y la fidelidad, has visto que se besaban la justicia y la paz, has visto la fidelidad que brotaba de la tierra, y la justicia que bajaba desde el cielo.
Hoy has visto a Dios desposado con la pobreza; hoy has visto a la Virgen María que envolvía en pañales el cuerpo de la salvación; hoy has visto la gracia de Dios envuelta en carne de pecado; hoy has visto al Autor del universo rodeado por los brazos de una mujer y amamantado a sus pechos.
Que tu canto, Iglesia de Cristo, celebre lo que has visto, que tu voz confiese lo que crees, y que en el corazón de tus hijos entre para quedarse la alegría de la Navidad: “Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros”.

No dejes de admirar este misterio:
Con ese Niño cuyo nacimiento celebras, con ese Hijo, ha entrado en el mundo el sacramento del amor que Dios nos tiene, nos ha visitado la paz que Dios nos ofrece, se ha encendido la luz con que Dios quiso iluminar a los que habitaban en tierra y sombras de muerte.
Con el nacimiento de ese Niño, se desvanecen los miedos, se hace cierta la esperanza, pierde su aguijón la muerte, y al hombre se le revela la eternidad como futuro de su tiempo.
Con Jesús nacen las bienaventuranzas, que, antes de ser palabras pronunciadas en el sermón de la montaña, son hechos de Dios en el misterio que hoy contemplas. Ese Niño que hoy ha nacido, es el reino que Dios ofrece a los pobres, es la tierra que Dios da en herencia a los no violentos. En ese Niño que hoy ha nacido, reconoces el consuelo que viene de Dios para los que lloran; ese Niño es el pan con que Dios sacia a los hambrientos de justicia, es el sacramento de la misericordia que los misericordiosos alcanzan de Dios; en ese Niño ven a Dios los limpios de corazón, y en él ya son hijos de Dios los que trabajan por la paz.
Con Jesús que nace de María, nace el perdón para los pecadores, la recompensa para los justos, la redención para todos.
Con Jesús, nace el hombre nuevo que trae en su mano la llave con que ha de abrir para una humanidad nueva las puertas del paraíso.

No dejes de contemplar lo que estás llamada a ser:
En la noche santa de Navidad, con Jesús has nacido tú, su Iglesia, pues eres también su cuerpo.
Hablando de sí mismo, él dijo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Y tú sabes, Iglesia cuerpo de Cristo, que Dios te ha querido sacramento de ese Unigénito suyo, que es la medida de su amor. Dios te ha querido presencia real de su Hijo en los caminos del mundo.
Sólo si entras en el misterio de lo que eres por nacimiento, podrás discernir lo que has de hacer por vocación.
Tú vienes de Dios, como Jesús; tú has nacido de la fuerza de su Espíritu, como Jesús; tú, como Jesús, has sido ungida para llevar a los pobres la buena noticia.
No puedes dejar de volverte hacia aquél de quien vienes, no puedes dejar de mirarte en aquél de quien eres sacramento, no puedes dejar de ir a aquéllos a quienes has sido enviada. Eres de Dios para escucharle, eres de Cristo para imitarlo, eres de los pobres para servirlos.
A Dios, que es nuestra fuente, nos volvemos, como Jesús, por la escucha de su divina palabra, por la obediencia a lo escuchado, por el amor en la obediencia, por la perseverancia en el amor. En el espejo, que es Jesús, nos miramos para imitar su amor y su pobreza. A los pobres vamos, como Jesús, a llevarles la buena noticia que de Dios hemos recibido para ellos. Con Cristo, tú que eres su cuerpo, su Iglesia, has sido ungida para evangelizarlos: Con tus manos, es Cristo quien los sirve; con tus ojos, es Cristo quien los mira; con tus palabras, es Cristo quien les habla; con tu corazón, es Cristo quien los ama; con tu vida, es Cristo quien los evangeliza.
Cuando los pobres vengan a tus puertas, vendrán con su necesidad, y esperarán recibir de ti lo que no tienen para vivir. Te buscarán por lo que puedas ayudarles. Puede que sólo te busquen por encontrar esa ayuda. Pero cuando tú hayas compartido con ellos lo que tienes, ellos se habrán encontrado, no sólo con la ayuda que buscaban, sino también con Cristo que los recibió y los ayudó.
Un día, Iglesia cuerpo de Cristo, los pobres celebrarán con cantos lo que en ti han encontrado, confesarán lo que han visto, y se gozarán contigo de haber conocido a Cristo porque tú los amaste: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva… el Señor consuela a su pueblo!”
Queridos: Vuestra vida, como el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, es un milagro del amor de Dios. Por aquel nacimiento y por vosotros, yo le doy gracias a Dios de todo corazón. Ya sólo me queda bendeciros como memoria del amor con que el Padre Dios a todos nos bendijo en Cristo Jesús: que él os guarde en su infinita caridad, que os muestre su rostro y os conceda la paz.

Tánger, 20 de diciembre de 2012.

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger

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