Enviados a los pobres:

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Si con Cristo he sido ungido por la fuerza del Espíritu, con Cristo soy enviado a llevar a los pobres una buena noticia.

Si soy de Cristo, mi zurrón de cristiano no llevará más viático que el de la luz para los ciegos, la libertad para los cautivos, la gracia para los pecadores.

Si por gracia estoy en Cristo, los pobres son mis señores, pues el amor con que Dios los ama, en aquel Hijo entregado hizo a Dios siervo de todos y a los pobres sus señores.

Engañados y convencidos, hemos dejado que doctrinas y preceptos de hombres ocupasen en nuestra predicación el lugar del evangelio de Dios: la controversia desplazó del corazón a la piedad; la preocupación por la ortodoxia suplantó la lucha por la justicia; las ideologías ocuparon en nuestras preferencias el lugar de los necesitados.

Si los pobres no son nuestros señores, lo normal es que sean nuestras víctimas: Ayer fue justificada la Shoah; hoy es ignorada y consentida el hambre, demonizadas las migraciones, esclavizados los indefensos, enaltecida la muerte, legitimada como ejercicio de libertad la prostitución.

Si confiesas: «creo en Dios», el cuidado que hayas tenido de los pobres acreditará la verdad de tu confesión. Y si tu razón no te permite creer, que el cuidado que tienes de los pobres desmienta lo que va diciendo tu razón.

Si no tengo un evangelio que llevar al hombre, entonces, creyente o no creyente, me muevo distraído y ciego hacia un destino de soledad entre los malditos.

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