«Señor, sálvame»:

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Esta oración del apóstol Pedro es siempre un grito: el suyo, el de una Iglesia que en la tempestad confunde a Jesús con un fantasma, el de un creyente que empieza a hundirse lastrado por el miedo, el de cada comunidad que, celebrando la divina Eucaristía, desea, busca, pide que el Señor suba a la barca porque amaine el viento y se calme la tempestad.

Lo que el apóstol gritó, con verbo huracanado en la noche del lago, con lágrimas de amargura en casa del sumo sacerdote, la asamblea eucarística lo transforma en estribillo de súplica confiada: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.

Considera, Iglesia del Señor, lo que te dice el que te ama: “Dios anuncia la paz… la salvación está ya cerca… la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan”.

Ya sabes cuál es la tempestad que agita tu travesía, y puedes dar nombre al viento que te hace dudar, sentir miedo y hundirte: tu barca va lejos de tierra, sacudida por la violencia, la penuria, la debilidad, la enfermedad, la soledad, la injusticia…

El corazón y la fe te dicen que si Jesús sube a la barca, con él subirá la calma, pues él es nuestra paz, él es nuestra salvación, en él la misericordia y la fidelidad se encuentran, en él la justicia y la paz se besan.

Por eso hoy escuchas con toda el alma, suplicas con todas tus fuerza, preguntas a tu Señor si puedes ir hacia él, y comulgas con Cristo para que él venga hasta ti.

Feliz encuentro, Iglesia amada de Dios.

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Jóvenes africanos se enfrentan cada día al riesgo de la muerte en barcas a las que no ha subido todavía la justicia. También por ellos el corazón va gritando: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”; también por ellos quiero escuchar lo que dice el Señor: Que suban contigo a la barca de los pobres la misericordia y la salvación que en la Eucaristía subieron con Cristo a tu barca

Feliz encuentro, Iglesia que amas a los pobres.

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