El sello:

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Lo dijo él: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Estas palabras cierran el evangelio de Mateo y abren el camino de la Iglesia.

Desde entonces, la fe escudriña en la historia los sacramentos de la presencia de Cristo.

En la Eucaristía, “pan del cielo, que colma de bienes a los hambrientos”, los creyentes nos alimentamos de Cristo que, de modo tan admirable, cuida de nosotros: allí somos iluminados con su luz, santificados con su Espíritu, reconciliados con su paz, agraciados con su vida. En la Eucaristía nos alimenta el que nos ama, y amamos al que es nuestro alimento.

En la palabra de la Sagrada Escritura, deseada y buscada como deseamos a Dios, y guardada en el corazón como palabra de vida, los creyentes escuchamos a Cristo que nos enseña, nos guía, nos anima, nos fortalece y nos consuela. En la palabra de la Sagrada Escritura nos habla el que nos ama, y escuchamos a quien amamos.

En los pobres, sacramento inesperado, el Señor nos sorprende con su presencia más humana, pues lo hallamos en lo hondo de nuestra condición, en el hambre, en la sed, en la desnudez, en la soledad. En los pobres nos sale al encuentro el Señor que nos ama; en los pobres cuidamos del Señor a quien amamos.

La compasión con los pobres es una forma sorprendente de gracia por la que el hombre, también el que no llegó a creer, conoce al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. La compasión con los pobres es el sello que autentifica las credenciales de tu fe en la palabra de Dios y en la Eucaristía.

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