Tu hermano, tu propia carne, el cuerpo de Cristo:

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Como niños recién nacidos ansiad la leche espiritual, no adulterada, para que con ella vayáis progresando en la salvación, ya que habéis gustado qué bueno es el Señor”.

Para hablar de vuestra fe, elegidos de Dios, me quedo con esa imagen del niño recién nacido, que no ha frecuentado más escuela que el seno materno, y que no tiene otros conocimientos que no sean los interiorizados a través de la vida en su madre, memorias que siempre serán un secreto guardado en lo más íntimo del propio ser, nada de lo que poder presumir, y nada que poder ofrecer a cambio de lo que se recibe si no es la propia necesidad.

Como niños”: pues eso somos, “nacidos de Dios”, nacidos de la gracia, nacidos del amor. “Nacidos”, digo, donde podía decir “resucitados” o “renacidos” o, si prefieres, “agraciados”, justificados, santificados. “Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable”.

Como niños ansiad la leche espiritual”: ansiad la palabra de Dios, alimentaos del Evangelio, acercaos a Cristo, “piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios”. Sólo si escuchas esa palabra renacerás; sólo si te alimentas de esa buena noticia crecerás; sólo ti te acercas a esa piedra viva entrarás con ella en la construcción del templo santo de Dios.

Como niños ansiad la leche espiritual”: ansiad a Cristo Jesús, buscadle, amadle, comulgad con él, “ya que habéis gustado qué bueno es el Señor”.

Anunciad, elegidos de Dios, anunciad sus maravillas, pues hemos resucitado con Cristo, nos ilumina su luz, nos llena de alegría su presencia. Hoy escuchamos su palabra, hoy nos envuelve la paz de su saludo, hoy recibimos de él el Espíritu Santo, y, comulgando con él, comulgamos con su vida y con su gloria.

Si, unidos a Cristo por la fe, habéis muerto y resucitado con él, uníos también a su canto de alabanza: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

Si, unidos a Cristo por la fe, habéis muerto y resucitado con él, manteneos siempre unidos entre vosotros: uno es el cuerpo al que pertenecemos, una la fe que tenemos, uno el bautismo en el que fuimos regenerados, uno el Padre del que somos hijos adoptivos, uno el Espíritu de Dios que nos anima.

Que tus ojos aprendan a ver en el hermano, no sólo tu propia carne, sino el cuerpo de Cristo.

Feliz domingo, hermano mío.

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