Lo de la reforma no es tan simple como parece. Hablamos de ella con excesiva superficialidad. Hay mucho en juego detrás de una presunta reforma eclesial del calibre que nos la presentan o que la imaginamos. Y mucho poder y hasta mucho dinero haciendo de dique inexpugnable. Pero, además, intuyo cierto infantilismo mediático en eso que algunos llaman “la revolución tranquila” de Francisco. (Me pregunto si pueden existir “revoluciones tranquilas”… simplemente por definición). No son pocos, -de dentro y de fuera- que han desenterrado las que creíamos roñosas hachas de guerra. Ya hay “declaraciones explícitas de guerra”, con toda claridad y meridiana beligerancia de todo tipo: dogmática, institucional, litúrgica. Leemos -pasmados- acusaciones de herejía y heterodoxia abiertamente publicadas contra el papa latinoamericano, menospreciándolo como “simple cura rural”. Se habla del “bergoglismo” como plaga, como crápula, casi como aquellos “vientos satánicos que se han colado en la Iglesia”, que decía el terminal papa Montini, aterrorizado por los nuevos caminos que él mismo había ayudado a abrir.
Y continúa la miopía de quienes siguen bizcos mirando hacia Francisco… para ver qué hacer, para saber qué dice, para colocarse en un buen sitio del nuevo escenario, para corregir el rumbo de siempre aunque sea estratégicamente, dando tiempo a que pase la ventolera imprevista e indeseada. Al fin y al cabo son ya 77 años… Continúa una ingenua “papolatría de izquierdas” que concentra toda reforma en el centro de poder de la Iglesia. Mientras se airean y se inciensan las palabras cotidianas de Santa Marta todo permanece en el crónico estancamiento del instalacionismo, del dolce far niente en las diócesis, los arciprestazgos, los movimientos, las parroquias…. ¡A ver qué pasa, a ver cómo “termina” todo! ¡Que Francisco restaure la Iglesia! Al fin y al cabo fue a él, a Jorge Mario Bergoglio, a quien los cardenales (el Espíritu Santo) le encomendaron restaurar una Iglesia quebrada por demasiadas heridas. A los demás no nos dieron ningun encargo, no tenemos ninguna responsabilidad. Y en el fondo, como virus de todo tipo, pululan y crecen los gérmenes de la anti-reforma, de la vieja obcecación en contra de las reformas de la Iglesia.
La lista de “noes”, o mejor, las “razones” de la anti-reforma, son más fuertes de lo que podemos creer. Aunque pensemos poco en esas “razones” presuntamente legitimadoras de una anti-reforma. Hay que conocerlas, asumirlas y desactivarlas, no con afán belicoso: ¡no puede haber guerra en el corazón de la Iglesia de Cristo!, sino con talante dialógico: diagnosticar las razones -y sobre todo las actitudes- para reconducirlas a consensos fértiles que posibiliten una “verdadera reforma” en la Iglesia (Congar) y una unidad en la pluralidad dentro de la Iglesia. Las reformas de la Iglesia -lo venimos diciendo- no son cosa de una sola persona y un grupito de cardenales adeptos; se hace desde arriba y desde abajo; pasa por la conversión personal… (cfr. “un decálogo para la reforma” que firme en este mismo blog). La primavera de Francisco, tan deseada y urgente, puede quedarse en un fallido intento que termine frustrando aun más a millones de cristianos de a pie. “Al invierno, nunca se lo come el lobo”.
El miedo; el afán de seguridades; la erótica del poder; la confusión entre lo central y lo provisional; el enrocamiento en dogmas literales; el desconocimiento del progreso teológico de los dos últimos siglos; las necesidades espurias de protagonismo, éxito y popularidad; la acedia clerical y el clericalismo exacerbado; el vértigo de lanzarse a la búsqueda de nuevos caminos; la renuncia a una ética cristiana monocolor e impositiva en detrimento de una visión cristiana de la ética laica; la primacía de la “religión” sobre la novedad siempre fresca del Evangelio; el eclesiocentrismo que eclipsa a Cristo, “única referencia”; las reservas y resistencias inútiles a conceder autonomía a las realidades temporales; el afán de domesticarlo y bautizarlo todo; y una lista ingente de aspectos, todos graves y densos, enormemente decisivos aunque humanamente explicables, forman parte de una tupida red de “noes” a las reformas. Francisco está muy solo. Todos lo estamos dejando solo. Y posiblemente él lo sabe. Mientras tanto, sigamos mitificando su figura de super-star: es la mejor forma de traicionarlo.