Estamos viviendo una cuaresma que trasciende los sectores eclesiales, que “va dirigida” a todos los seres humanos. Una cuaresma “laica”, “secular”… ¡parece contradictorio! Y, por supuesto, era algo impensable para todos “antes de Wuhan”. Hay “clima de cuaresma” y “ansias de pascua” a todos los niveles, en todos los ambientes o grupos sociales; una realidad “cuaresmal”, de desierto, o de invierno, o de hospital, o de tanatorio, o de pfizzer o astra-zeneca, o de puesta entre paréntesis, y una ansiedad -que lleva a irresponsabilidades- por “vivir” prematuramente la eliminación todavía tardía del virus-, por “disfrutar frívolamente de la vida”, por abrazar a nuestros queridos seres humanos. Sería querer anticipar la Pascua saltándonos la Cruz de la pasión y el sufrimiento (lo de Pedro en la Transfiguración: “quedémonos aquí, que se está muy a gusto”).Es una reproducción, ni buscada ni posible desde ningún proyecto o plan pastoral, de una cuaresma “obligada y generalizada” y una espera (camino, tránsito, peregrinaje) hacia una pascua soñada y anhelada como nunca antes, pero que siempre pasa, necesariamente por el camino de la cruz. ¡Es “curioso”: toda la Humanidad en cuaresma esperando la pascua, cristianos y no creyentes, de derechas y de izquierdas, musulmanes y budistas, ricachones y pobres “de solemnidad”, con las mil ideologías del mundo de hoy…. Todos “unificados” o pasados por un mismo rasero “impuesto” por…. ¡evidentemente, no por Dios! ¡Por favor, no por Dios!
La experiencia del Dios auténtico es la clave de muchas de nuestras incertidumbres y desvelos eclesiales, pastorales, personales incluso. Sin experiencia de Dios no hay vida cristiana; puede haber “religiosidad difusa o mágica”, costumbrismo sociológico, consumo voraz de sacramentos como píldoras de no sé qué, fe “heredada” y arrastrada por la rutina “de toda la vida”, ideologías disfrazadas de un pseudo-evangelio, retahíla de verdades dogmáticas poco o nada vivenciadas ni meditadas, éticas y morales de todo pelaje, y rituales… los rituales que necesitamos todos los seres humanos para simbolizar, celebrar o “dramatizar” los tiempos y acontecimientos centrales y singulares inevitables en las vidas humanas. Pero todo esto, y mucho más, no llega a ser experiencia honda del Dios donador de Vida que nos mostró Jesucristo. Y por eso, un año más, pero de un modo muy diferente, atrevámonos a descubrir a Dios en “las cosas que pasan”, en la gente que sufre, en los millones de muertos a escala planetaria, en los interrogantes y desasosiegos que produce un virus. Porque, obviamente, también desde la experiencia singular que padecemos, se puede “experimentar a Dios” como Dios misericordioso, como Dios Padre y Creador, como Dios siempre Misterio, como Dios que acompaña desde un silencio cómplice con el sufrimiento humano que a veces resuena como una Voz clara, incuestionable e inevitable “por las cosas que están pasando”. Que son “cosas” que a Dios no le traen sin cuidado. Lo tienen preocupado.