Número de Vr Diciembre’2013

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La «contraseña» de la vida consagrada

«Hoy quiero hospedarme en tu casa». Parece que más o menos éstas fueron las palabras de Jesús a Zaqueo. No se puede decir de manera más directa que alguien está cerca de nosotros, que cuando está en nuestra casa.

Adviento y Navidad siempre han aludido directa o indirectamente a prepararnos para una nueva morada. Recuperar una estancia sencilla y clara en la que circule el viento de la verdad. Hemos entendido, desde hace décadas, que la cosa no estriba en aparatosos cambios externos que a la larga provocan más fatiga que conversión. El asunto está en el cambio interior, o cambio de corazón, o cambio de mirada, o cambio de plano vital.

La gran pregunta de este tiempo en el corazón de la vida religiosa versa sobre la misión. Sobre su razón de ser y su necesidad; sobre su ofrenda y los lenguajes que usa para hacerse comprensible y útil. Es una pregunta de difícil respuesta, aunque no imposible. Pero no se crean, algunas congregaciones, algunas comunidades y no pocos religiosos les está pasando algo parecido a esa escena tan frecuente de nuestro mundo informatizado y fragmentado: «han olvidado la contraseña». Ya saben, si olvidan la contraseña de una tarjeta bancaria, o telefónica, o del facebook, le ofrecen unas cuantas preguntas, a ver si cae. Normalmente son preguntas «imposibles»: nombre del mejor amigo… Y descubres que llevas años sin cuidar la amistad; sitio del mejor recuerdo y te sorprendes sin haber vuelto a tus orígenes; o momento de mayor ilusión… y a lo peor, en silencio, tienes que pedir una contraseña nueva, porque no sabes ponerle fecha, ni lugar, ni personas a tu ilusión. Siempre te puedes justificar diciendo que son preguntas para pillar, o de trámite… Pero, en realidad, son preguntas que tú diste un día pensando que nunca te las iban a pedir… por eso no tienes respuestas para ellas.

 

Pudiera ocurrir con nuestra vida consagrada algo parecido. Dimos en su día unas claves pensando que no nos las iban a pedir nunca. Que no harían falta, que bastaba con darlas por supuestas. Y hoy no es así, nos están preguntando constantemente por esa contraseña, nuestra identificación, originalidad y misión. Ahora no valen ni respuestas generales, ni aquellas de muchas páginas y citas, ni las que remitan a otras épocas. Han de ser respuestas que identifiquen, contraseñas válidas y valiosas. No bastan las que aparentemente guardan las formas, porque este mundo no tiene formas. Nacen de la urgencia, de la fragilidad, de las situaciones donde falta lo necesario para que se de vida. Vienen de la calle, del frío, de las periferias y de los márgenes. En este Adviento-Navidad nos piden nuestra contraseña desde Filipinas, desde Haití, desde las zonas oscuras de nuestras confortables ciudades europeas, desde las verjas de separación del norte de África, desde el corazón de los que dejan su país buscando futuro, desde los jóvenes sin presente, desde los ancianos solos y mal atendidos, desde los enfermos en el cuerpo o en el ánimo… Desde ahí nos están pidiendo la contraseña. Y no nos equivoquemos, no valen los rodeos, ni pedir otra pregunta de ayuda. No sirven respuestas del modelo: «espera tres años que nos reorganicemos para ser más apostólicos», ni «en este momento no podemos, porque tenemos urgencias organizativas más importantes»… No, la pregunta está ahí, en el corazón de cada uno. La contraseña válida sólo es una. Viene cargada de urgencia, de cambio y, por ello, de dolor. Viene llena de Adviento y Navidad y es que se nos dice solamente: «hoy quiero hospedarme en tu casa». ¿Será posible? ¿Estaremos preparados?