EL DON DE SABIDURÍA

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Podíamos denominar este domingo 32 -día 8 de noviembre de 2020- como el “día de la Sabiduría”. Hay que rescatar esta palabra. Hay personas que tienen muchos conocimientos, pero no son “sabias”. Hay personas que pronuncian discursos y nos admiran con multitud de datos, pero no son sabias. El don de la sabiduría nos es muy necesario. La sabiduría es concedido, por ejemplo, al joven profeta Jeremías, al joven profeta Daniel, al joven Jesús -que “crecía en sabiduría” y a quien san Pablo definió como “sabiduría de Dios”. La madre de Jesús es aclamada como “sede de la Sabiduría”. Y ¿qué es la Sabiduría? En este domingo se nos ofrecen tres breves enseñanzas: la del Sabio del Antiguo Testamento, la de Pablo en el Nuevo Testamento y la de Jesús en su parábola de las vírgenes “sabias”, prudentes.

Misteriosa es la Sabiduría: enseñanza del “Sabio”

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento (Sabiduría 6,12-16).

La Sabiduría es accesible: la ven fácilmente los que la aman y ella misma se da a conocer a quienes la desean, busca a quienes la merecen, aborda a los caminantes, les sale al paso en cada pensamiento: la encuentran los que la buscan y quien madruga la halla sentada a la puerta;

Estas características nos hacen pensar que la Sabiduría está en medio de nosotros. Es un don del cielo, al que todos tenemos acceso. Lo único necesario es “el deseo”.  Si la deseamos, nos sale al encuentro. ¡Qué importante es amar la Sabiduría, desear ser morada de ella, sede de la Sabiduría! Así fue María, la Virgen, “Sedes Sapientiae” (sede de la Sabiduría). Así podemos ser cada uno de nosotros. ¡Cuánto necesita nuestro mundo esas personas sabias, dadoras de sentido! Son el mejor regalo para una nación, para un pueblo, para una comunidad.

La sabiduría es un don del Espíritu Santo. La derrama en tanta gente inspirada… ¿No hay sabiduría en los artistas, en los grandes deportistas, en tantos filósofos, pensadores, novelistas? ¿No hay sabiduría en no pocos médicos, psicólogos, sociólogos, políticos? ¿No hay sabiduría en mujeres y varones consejeros, asesores, educadores?

La sabiduría ha quedado plasmada en las grandes obras que cuidan y preservan nuestros museos, en las grandes bibliotecas… La sabiduría ha estado presente allí donde algunos seres humanos han cultivado las semillas recibidas del Creador y cultivadas y desplegadas bajo la acción del Espíritu de Jesús resucitado.

La sabiduría ante el sinsentido de la muerte: Enseñanza de Pablo

No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras (I Tesalonicenses 4,13-17).

La sabiduría da sentido al sinsentido de la muerte, nos conecta con las promesas de Dios. Se nos va muriendo la vida: la vida que se nos ha dado y la vida de aquellas personas que Dios ha anudado a nuestro querer. Nos sorprenden despedidas continuadas, inciertas, sorprendentes.

La sabiduría del apóstol Pablo nos dice hoy, después de dos milenios:

No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis.

Si creemos…. Dios Padre por medio de Jesús los llevará con Él.

El Señor descenderá del Cielo… y los muertos en Cristo resucitarán.

¡Estaremos siempre con el Señor!

Esta es la fe, la esperanza, que da sentido a tanto sufrimiento, a tantos hechos luctuosos que van marcando los días de nuestra vida.

¡Estad en vela… la Gracia llega en cualquier momento! Enseñanza de Jesús

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!” Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.” Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.” Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos.” Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco.” Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.» (Mt 25,1-13).

Las palabras de Jesús “Velad, porque no sabéis ni el día, ni la hora” nos dejan ante el misterio de la incertidumbre. Lo que es decisivo en la vida, nos resulta imprevisible. No sabemos ni el día ni la hora en que descubriremos nuestra vocación, en que llegará la solución de nuestros problemas, en que aparecerá el sentido en medio del caos, en que llegarán la Gracia en medio de la Desgracia. Pero también, las palabras de Jesús, hacen referencia al momento terrible de la muerte no prevista, de la tentación no buscada, del adiós sorprendente a aquello que amábamos…

Esta es la condición humana: ¡no saber ni el día, ni la hora! Podemos programar todo -¡y programamos mucho, muchísimo!-, pero ¡sin conocer el día o la hora!

Decía Kierkegaard que vivía cada instante como si fuera el último de su vida. Nos decía Jesús: “hoy harás planes y mañana te llevarán al sepulcro”, “le basta a cada día su afán, no os preocupéis por el mañana”.

Esta es la sabiduría de la vida: ¡llenar el presente de sentido, de vida, de plenitud! Quien está a la espera no se sorprende, no le pilla nada desprovisto. Es como las vírgenes prudentes, provistas de buen aceite en sus lámparas.

Es bueno aprovechar las oportunidades que la vida nos concede… Vivir despiertos exige tener siempre todas nuestras energías a punto, estar en forma.

Y la emergencia humana más sublime de la Sabiduría fue Jesús y María, fue “la madre de la Sabiduría”.