LA CONFIANZA TAMBIÉN SE CUIDA

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Hay una boda, una novia que espera con sus amigas. Un novio que se retrasa porque negocia regalos y acuerdos con la familia. Unas amigas que se preparan para esperar y otras, más descuidadas, no se unen a la fiesta porque no han «cuidado su luz», la luz que les llevaría a festejar –se quedan sin aceite–.

Miles de veces hemos escuchado esta parábola, pero la invitación siempre es nueva. Basada en un rito real que se hacía en tiempos de Jesús se traslada a nuestro momento presente. Y, en seguida, hacemos las “equivalencias”: el novio es Jesús, su llegada el Reino y las vírgenes aquellos que esperan su venida. Y se acabó. La Palabra de Dios, sin embargo, requiere “encarnación”. No es una novela, ni un cuento, ni un relato piadoso, ni descifrar una serie de claves culturales… es Palabra viva que genera vida en quien la escucha y acoge. Por tanto, si trascendemos la mera explicación racional del texto, podremos adentrarnos en toda su riqueza, conectarnos con esa corriente transversal de amor presente en toda la humanidad.

Jesús nos invita a despertar del letargo y muestra como el ímpetu del Reino dinamiza, conmueve, dispone, prepara, silencia, capacita, impulsa… Lo esperamos con paciencia, porque ya lo intuimos dentro de nosotros y eso, nos invita a una serena esperanza. Además viene y devuelve a la creación su foto original y primigenia: la gran paz, como la denominaban los judíos. Esto es, la armonía de lo creado en todos los ámbitos: personal, comunitario, político, económico… Cuando Jesús anuncia el Reino pide conversión, volver a creer, retornar a la confianza.

El Reino se convierte así en fruto y origen de comunión, en ese lugar donde todos nos sentimos acogidos, reconocidos y respetados porque todos somos creados por Dios. Anunciar el Reino es volver a la inocencia primera que no es ignorancia. Es creer en la humanidad y sus posibilidades de amor y fraternidad. Es no romper ni violentar la gran obra creada. No pervertirla, ni manipularla, ni tergiversarla… simplemente dejarla volver a “ser”. Es lo que Jesús predica y hace, por ejemplo, con las curaciones: devuelve a un estado armónico, donde todo fluye según lo querido por Dios. No es territorio, ni meta, ni ética, ni rito… es ser para todos. No es tampoco voluntarismo, ni aprovisionamiento, ni miedo… es amor que inquieta. Hoy, el domingo, se desvela para todos, como oportunidad para la espera y como serena inquietud para reconocer lo que vale y merece la pena, el valor que no está a merced del mercado: el Reino.