LA IGLESIA EN UNA SOCIEDAD SECULAR

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La Iglesia es una realidad de este mundo; vive en un mundo que tiene su propia autonomía y funciona independientemente de la religión. Más aún, actualmente la sociedad está secularizada, o sea, en ella han desaparecido signos, valores, comportamientos que se consideran propios de las confesiones religiosas.

En otras épocas vivíamos en un mundo donde lo religioso gozaba de apoyo social y político. Ese tiempo ha desaparecido, al menos en el occidente europeo. La sociedad está organizada sin referencias a lo religioso. Sin referencias no quiere decir “en contra”, sino “sin tenerlo en cuenta”. Eso, de entrada, no tiene por qué ser negativo. Pues, como reconoce el Vaticano II, “por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propia” (Gaudium et Spes, 36). El creyente, en esta verdad y bondad de lo creado descubre la huella de Dios. Los no creyentes se quedan en la inmediatez de los datos y hacen una lectura de la realidad prescindiendo de referencias a Dios (ya que, para ellos, no existe).

Las religiones y las Iglesias, los creyentes, forman parte de esta sociedad secular. Y aceptan la autonomía de las realidades terrenas. Lo único que reclaman es el mismo derecho que tienen todos los ciudadanos a vivir según sus propias convicciones, siempre que esas convicciones no violen los derechos de los demás. La Iglesia, por tanto, no tiene como misión ofrecer soluciones concretas a los problemas socio-económico-políticos, su misión no es gestionar la ciudad ni ofrecer programas alternativos. Esto ha quedado claro durante el reciente estado de alarma: la Iglesia ha respetado y acatado las decisiones de las autoridades estatales; ha seguido las indicaciones de los científicos, adaptándose a la situación de crisis sanitaria, sin perder por ello la fidelidad a su función salvífica en el mundo.

Ahora bien, el mensaje de la Iglesia tiene incidencia en el modo de buscar soluciones y de gestionar los programas. Ella, desde la humildad y el diálogo, puede ofrecer luces y criterios. Así se comprenden las llamadas de nuestros Obispos para que los políticos actuasen con generosidad, evitando insultos y discusiones, que no favorecían el bien común. Además, en muchos casos, la Iglesia, a través de sus instituciones de caridad, colabora en la búsqueda de soluciones, precisamente en aquellos lugares y hacia aquellas personas que no suelen interesar a los políticos, como también ha hecho durante la pasada (y todavía actual) crisis sanitaria.