La palabra de Dios nos recuerda que la justicia y la verdad son la obra de las manos de Dios (salmo 110), de un Dios que actúa y se hace presente a través de aquellos seres humanos que trabajan por la justicia y viven en la verdad. A veces uno tiene la impresión de que los políticos (salvo honrosas excepciones, que en todas partes las hay) no están muy interesados ni en la justicia ni en la verdad, sino que se mueven por otros criterios menos confesables, como la búsqueda de mantenerse en el poder o de alcanzarlo. La política necesita de un cierto poder, un poder controlado y contrapesado por otras instancias de poder (poder ejecutivo, legislativo y judicial), pero el criterio de la política no es el poder. El criterio es la búsqueda de justicia y bienestar para los ciudadanos. Si este fuera el criterio que guiase a nuestros políticos nos evitaríamos espectáculos vergonzosos, en forma de insultos y descalificaciones mutuas.
Es normal que haya distintos modos de gestionar lo económico y lo social. Pero si todos nos guiamos por el criterio superior del bien y de la verdad, entonces estos distintos modos no crean enemigos, sino colaboradores. Y donde no es posible la colaboración, siempre es posible el respeto mutuo. Si el criterio es la búsqueda del poder, entonces aparecen enemigos irreconciliables, porque el poder que tiene uno, impide que lo tenga el otro, que también ambiciona tenerlo