AÑO SACERDOTAL

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Carlos Martínez Oliveras en  el número de VR de junio (suscripciones@vidareligiosa.es)

INTERPELACIONES DEL «AÑO SACERDOTAL»
PARA LA VIDA CONSAGRADA

La proclamación de un Año especial es siempre un acontecimiento de gracia, una oportunidad única, un kairós eclesial. Tenemos la experiencia de que la elección de una determinada temática conlleva todo un movimiento de salida, de impulso, de exitus, de renovación tanto en el plano de la reflexión y la espiritualidad como en el de las relaciones y acciones concretas. En este marco es donde se inscribe esta breve reflexión inscrita en el impulso eclesial con motivo del Annus Sacerdotalis.

1. El Año Sacerdotal
El pasado 16 de junio de 2009 el Papa Benedicto XVI convocaba un «Año Sacerdotal» con ocasión del 150 aniversario del dies natalis de San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, haciéndolo coincidir además con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, jornada dedicada tradicionalmente a la oración por la santificación del clero. Obviamente con este Año jubilar el Papa ha querido demostrar una especial atención por los sacerdotes, por las vocaciones sacerdotales, por las problemáticas que viven los ministros y por la promoción en todo el pueblo de Dios de un movimiento de creciente afecto y cercanía a los ministros ordenados. Algunos hablan quizá de un momento y oportunidad providencial en medio de tormentas mediáticas que sin restar un ápice a la gravedad de los hechos puntuales a los que se refieren, se revelan como campañas orquestadas y generalizaciones injustificadas llegando incluso al ataque descarnado y desleal en la figura del Santo Padre.

Es cierto que «este tiempo está dedicado más intensamente a reforzar la conciencia de la identidad y la misión sacerdotal, que es esencialmente una misión ejemplar y educativa en la Iglesia y en la sociedad»1. Pero se podría caer en el error de que la convocatoria de este Año Sacerdotal incumbe sólo a los ministros ordenados y que, por tanto, el resto de los miembros del Pueblo de Dios, podría permanecer ajeno a dicha cita. Nada más lejos de la realidad. Una ocasión jubilar de este tipo, como ya ocurrió con el Año de la Eucaristía o el recientemente clausurado Año Paulino supone todo un motor de impulso, renovación y activación espiritual y pastoral a nivel eclesial universal que traspasa fronteras, formas de vida y misiones.

Es evidente que a los presbíteros que pertenecen a los diferentes Institutos de Vida Consagrada, ya sean contemplativos o apostólicos, este Año Jubilar les incumbe de una manera directa, haciendo las salvedades debidas por su condición de religiosos2, pero todos los miembros de la Vida Consagrada de alguna manera quedan implicados y afectados. El mismo Papa en su carta resalta que a lo largo de los siglos se ha de reconocer gozosamente la «grandeza del don de Dios plasmado en Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes». Muchísimos de esos sacerdotes que han dejado una indeleble huella en la historia de la Iglesia fundaron o pertenecieron a una orden, congregación religiosa o sociedad de vida apostólica. No sería difícil rastrear en la historia y repasar mentalmente las grandes figuras que la Vida Religiosa ha ofrecido al ministerio pastoral de las almas. Hombres verdaderamente entregados a Dios y al prójimo, particularmente a los más necesitados, en situaciones de riesgo y de frontera. A ello se une la significatividad del número de los religiosos presbíteros que bordea el tercio del total de sacerdotes en todo el mundo3. Es evidente, por tanto, que en la vida consagrada masculina, la vocación a un instituto religioso va unida en muchos casos al ministerio sacerdotal. Por ese motivo, dada la naturaleza de la institución académica desde la que escribo (Instituto Teológico de Vida Religiosa-Madrid)4, me propongo realizar unas reflexiones acerca de las interpelaciones e implicaciones que este año traen a todos los miembros de la Vida Consagrada. Y lo quiero hacer desde tres prismas fundamentales de la relación entre el ministerio ordenado y la vida consagrada: la identidad, la comunión y la misión.

2. Interpelaciones para la vida consagrada

2.1. Profundizar las raíces. IDENTIDAD
Una de las primeras interpelaciones de este Año Sacerdotal está siendo la de reflexionar sobre la identidad del ministerio ordenado por parte de todos los miembros de la vida consagrada, no sólo los sacerdotes religiosos. Todos sentimos que debemos estudiar muy a fondo el sacramento del matrimonio aunque no vayamos casarnos. Entender su teología, espiritualidad y compromiso nos ayudará mejor a entender y trabajar apostólicamente con los matrimonios en sus diferentes etapas desde el noviazgo a la ancianidad. Del mismo modo, estudiar el sacramento del orden: su fundamentación bíblica, su configuración a lo largo de la historia, sus claves dogmáticas, su lugar dentro del Pueblo de Dios, su dimensión sacramental, su espiritualidad, su interacción con la consagración religiosa,… ayudará a consolidar la figura de los ministros ordenados en el misterio de la Iglesia y, en gran medida, a ahuyentar planteamientos simplistas y reduccionistas que no hacen sino confundir y alimentar reticencias infundadas.

La afirmación de que «entre el sacerdocio y la vida religiosa hay grandes afinidades» no es novedosa, sino que forma parte del tesoro eclesial adquirido y se puede encontrar en el magisterio del Siervo de Dios Juan Pablo II5. Más tarde fue ratificada en la Exhortación postsinodal Vita Consecrata: “En cuanto a los sacerdotes que profesan los consejos evangélicos, la experiencia misma muestra que el sacramento del Orden encuentra una fecundidad peculiar en esta consagración, puesto que presenta y favorece la exigencia de una pertenencia más estrecha al Señor. El sacerdote que profesa los consejos evangélicos encuentra una ayuda particular para vivir en sí mismo la plenitud del misterio de Cristo, gracias también a la espiritualidad peculiar de su Instituto y a la dimensión apostólica del correspondiente carisma. En efecto, en el presbítero la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada convergen en profunda y dinámica unidad” (VC 30)6. La reflexión teológica postconciliar, si bien no se puede decir que haya descuidado el tema, tampoco parece que se haya prodigado en él. Hoy seguimos teniendo la necesidad de pensar sobre esta realidad tan inseparable como enriquecedora y fecunda7.

Una de las cuestiones fundamentales será, por tanto, preguntarnos sobre cuál es la aportación de la vida religiosa al ministerio sacerdotal. ¿Qué aporta de específico la vida consagrada al ministerio instituido? ¿Qué notas, matices o, en su caso, qué nota trasversal configura al ministerio ordenado dentro de la profesión de los tres consejos evangélicos dentro de un instituto religioso? Lo cierto es que no se trata de casos aislados o geográficamente localizados. Son incontables los presbíteros religiosos que a lo largo de la historia y en los cinco continentes han unido estas dos dimensiones al servicio de la única misión de la Iglesia. En palabras de Juan Pablo II, sin duda que ahí el plan de Dios “ha obrado según su designio salvador”8.

Ante estas cuestiones podemos responder que, «aunque la ordenación sacerdotal conlleva una consagración de la persona, el acceso a la vida religiosa predispone al sujeto para aceptar mejor la gracia del orden sagrado y para vivir con más plenitud sus exigencias». Juan Pablo II afirma que la formación impartida en los Institutos religiosos ayudan a una mejor recepción de las gracias provenientes de la ordenación sacerdotal. Quizá ahí radique el buen «matrimonio» entre ministerio ordenado y vida consagrada9.

No cabe duda de que la relación entre «vida consagrada» y «sacerdocio ministerial» es siempre delicada. Como se puede comprobar si uno se acerca a los diferentes estudios, son siempre dos planteamientos los que pueden presentarse a la hora de abordar esta cuestión:

– uno colocado al nivel de puros contenidos conceptuales, cuando, sin embargo, el problema se plantea a nivel de praxis y es existencial;

– el otro, basado en la peligrosa introducción de una polaridad, sacrificando uno u otro de los componentes del binomio consagrado-presbítero10.

Superada la doble perspectiva del ontologismo y el funcionalismo, la reafirmación del carácter sacramental, carismático y ministerial de toda la Iglesia ayuda a ubicar el problema aunque, obviamente, continúa abierto. Para salir de este callejón sin salida el problema debería ser afrontado de manera que se pudiera responder a la siguiente pregunta: “¿Cómo se ubica el sacerdocio ministerial en el proyecto evangélico concreto presente en el carisma del Fundador?”11 La respuesta requiere remitirse a la historia de los diversos institutos, profundizar en su patrimonio carismático y espiritual y tener en cuenta, obviamente, la renovación que ha tenido lugar en la Iglesia, ya sea en lo que respecta a la vida consagrada o lo que respecta al ministerio presbiteral: “Los institutos no son clericales porque asumen tareas pastorales, sino porque el fin propuesto por el fundador y aprobado por la Iglesia es ejercer el ministerio sacerdotal como servicio a la comunidad cristiana universal”12.

La amplia reflexión sobre la identidad del presbítero en este Año Sacerdotal debe ayudar a profundizar en toda la vida consagrada la relación entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de todos los fieles que brota del bautismo (cf. LG 10). La consagración religiosa de las personas consagradas es profundización de la consagración bautismal que “sin ser sacramental, las compromete a abrazar —en el celibato, la pobreza y la obediencia— la forma de vida practicada personalmente por Jesús y propuesta por Él a los discípulos. Aunque estas diversas categorías son manifestaciones del único misterio de Cristo, los laicos tienen como aspecto peculiar, si bien no exclusivo, el carácter secular, los pastores el carácter ministerial y los consagrados la especial conformación con Cristo virgen, pobre y obediente” (VC 31)13.

Del religioso presbítero el P. Bocos destaca cuatro rasgos especialmente característicos que considero que se pueden extender en un sentido amplio al resto de la vida consagrada según la condición de cada uno de cara a profundizar en su identidad14: 1) la unificación desde la espiritualidad carismática propia de cada instituto donde cada consagrado enraíza y alimenta su vocación y enriquece al conjunto de la Iglesia encarnando en una situación concreta el don del Espíritu Santo recibido por el fundador y compartido con toda la familia religiosa; 2) el servicio incondicional de disponibilidad y su carácter de universalidad al servicio de la Iglesia; 3) el ser constructores de comunión fraterna y eclesial y 4) una misión coloreada por la creatividad, la innovación, la vanguardia apostólica y los compromisos más audaces15.

No conviene olvidar que, desde estas claves, releyendo la presencia y el servicio de los consagrados en la Iglesia particular, en los religiosos lo que más cuenta no es lo que hacen, sino lo que son como personas consagradas. No sólo son con las palabras como anuncian el Evangelio. Su mayor fuerza está en su modo de vivir. Por tanto, la reflexión por la identidad sacerdotal supone una profundización en la identidad de todos los consagrados que ha de estar siempre en continuo proceso de actualización en fidelidad evangélica y eclesial.

2.2. Reforzar los vínculos. COMUNIÓN

La segunda interpelación hace referencia precisamente a la dimensión eclesiológica de comunión. Los religiosos hemos reflexionado mucho sobre la comunidad local, provincial y congregacional. Sabemos cada vez más y cada vez mejor lo que es vivir la comunión en la diferencia nacional, continental, cultural, etc. Y no sólo en el ámbito geográfico, sino en la riqueza de hacer brotar y encarnar un carisma en medio de la metrópoli más vertiginosa o el rincón más recóndito de nuestro querido planeta. En frase feliz e incisiva de Juan Pablo II, «se pide a las personas consagradas que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad como testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia del hombre según Dios»16. Cuando los distintos rostros de Jesús que representan los carismas que su Espíritu ha suscitado en su Iglesia, logran esa comunión fruto de la unidad en Dios, son una bella parábola del testamento del Señor en la Última Cena: “Que todos sean uno… para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

El Año sacerdotal nos ha recordado que el presbítero secular y el presbítero regular no son islas o francotiradores en las Iglesias particulares. En este sentido Juan Pablo II prosigue en su catequesis afirmando: «los sacerdotes religiosos pueden manifestar con su vida comunitaria, la caridad que debe animar a todos los sacerdotes. Según la intención que expresó Cristo en la Última Cena, el mandamiento del amor mutuo está vinculado a la consagración sacerdotal. En las relaciones de comunión que se establezcan en función de la perfección de la caridad, los religiosos pueden testimoniar el amor fraterno que une a los que ejercen, en nombre de Cristo, el ministerio sacerdotal. Es evidente que este amor fraterno debe caracterizar también sus relaciones con los sacerdotes diocesanos y con los miembros de otros institutos. Ésta es la fuente de donde puede brotar la ‘ordenada cooperación’ que recomienda el Concilio»17.

El presbítero religioso, como le sucede al sacerdote secular, tendrá que ir afirmando su identidad, en el progresivo desvelamiento del misterio de la Iglesia que se explicita en una red de relaciones cada vez mayor. En esas relaciones entran todos los miembros de la Vida Consagrada llamados a edificar la comunión eclesial, construir fraternidad, crear vínculos, sostener relaciones ad intra, dentro de la propia familia carismática, y ad extra con el resto de los que forman la Iglesia particular: obispo, presbiterio, otros consagrados y los laicos. La Vida Religiosa no puede nunca olvidar que tiene su icono en la Trinidad, comunión de personas divinas y está llamada a hacer presente la comunión escatológica que anhelamos compartir con todos los santos. Nunca puede perder vista que todos los fundadores han fijado sus ojos en la primera comunidad apostólica, aquella cuyos miembros perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles y en la unión fraterna (cf. Hch 2). Junto a estos rasgos, la Eucaristía, sacramento de comunión por excelencia, celebrada diariamente, supone el fundamento y la fuerza para crear cada día fraternidad cristiana.

2.3. Revisar los compromisos. MISIÓN

Ya el Concilio Vaticano II en su Decreto Christus Dominus sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia delineaba el marco referencial de los sacerdotes religiosos en las obras externas de apostolado: «Los religiosos sacerdotes que se consagran para el oficio del presbiterado, a fin de ser también ellos diligentes (providi) cooperadores del Orden episcopal, pueden ser hoy día ayuda aún mayor para los Obispos, dada la mayor necesidad de las almas […] También los otros miembros de los institutos, sean hombres o mujeres, que pertenecen asimismo de manera peculiar a la familia diocesana, prestan una gran ayuda a la sagrada Jerarquía; ayuda que, al aumentar las necesidades del apostolado, pueden y deben prestar más y más cada día».

Revivir este Año Sacerdotal es refrescar y hacernos de nuevo conscientes todos los consagrados de las palabras del Concilio: “Hay en la Iglesia unidad de misión, pero pluralidad de ministerios” (AA 2). El religioso presbítero se encuentra enraizado en la Iglesia particular. Vive y ejerce el ministerio sacerdotal en ella18. La autocomprensión que tiene la Iglesia como misterio, comunión y misión, como comunidad de carismas y ministerios y la percepción de las relaciones que median entre Iglesia universal e Iglesia particular19 hacen que los sacerdotes religiosos se encuentren incorporados de manera inequívoca al presbiterio de una diócesis20. El religioso es colaborador en el ministerio del Obispo, en comunión responsable aportando su propia peculiaridad carismática en el desarrollo de su ministerio21. También de acuerdo con el Concilio, los religiosos están más profundamente comprometidos al servicio de la Iglesia, en virtud de su consagración, que se concreta en la profesión de los consejos evangélicos (cf. LG 44). Este servicio consiste sobre todo en la oración, en las obras de penitencia y en el ejemplo de su vida, pero también en la participación “en las obras externas de apostolado, teniendo en cuenta el carácter [la índole propia] de cada instituto” (CD 33). Así pues, por esta participación en la cura de almas y en las obras de apostolado bajo la autoridad de los sagrados pastores, los sacerdotes religiosos “pertenecen de manera especial al clero de la diócesis” (CD 34) y, por consiguiente, “deben ejercer su ministerio como colaboradores… de los obispos” (CD 35,1), pero conservando “el espíritu de su instituto y permaneciendo fieles a la observancia de su regla” (CD 35, 2).

La misión de llevar adelante el plan de salvación de Dios sobre los hombres nunca tiene excedente de manos para hacer, piernas para llegar, labios para rezar. No sobra nadie. “El Espíritu realiza la missio Dei a través de su acción misteriosa y carismática”22 y todos los consagrados cumplen esta misión compartida desde su peculiaridad carismática. Superada la visión del funcionalismo de las obras apostólicas que llevan adelante los religiosos, la Vida Consagrada habrá de estar en ese proceso de revisión de sus compromisos misioneros quizá desde esas claves que antes apuntábamos: fidelidad creativa, innovación que responda a los desafíos de los tiempos, audacia en las repuestas,… siempre en diálogo con el obispo. Esta misión configurada por el discernimiento carismático-eclesial enriquece, vivifica y construye la misión de la Iglesia universal dentro de la Iglesia particular. Los areópagos misioneros que Vita Consecrata señalaba (nn. 96-99) y el compromiso con los diferentes diálogos (nn. 100-103) siguen siendo retos permanentes y configuran la misión de todos los consagrados que quizá no siempre encajan en las ya definidas estructuras diocesanas, pero que aportan algo imprescindible a la vida y santidad de la Iglesia. Pensemos en esos ministerios más itinerantes de la Palabra, el ministerio de la interioridad y la oración, el ministerio misionero ad gentes, el ministerio de la solidaridad, el diálogo con la cultura, la educación, las cuestiones sociales acuciantes, la enfermedad,…

 

Año Sacerdotal, fuente de espiritualidades

Casi a las puertas de finalizar el Año Sacerdotal queda todo un camino por delante para profundizar lo que se haya vivido durante él. No cabe duda que el primer fruto será proseguir nuestro proceso de conversión, de continuar con los tránsitos vitales23 para seguir más de cerca al Señor. Sin embargo, la reflexión sobre la identidad del sacerdote regenera en todos los consagrados aquella espiritualidad bautismal de la que la consagración religiosa es profundización desde el seguimiento de Jesús en castidad, pobreza y obediencia. Sacerdocio común y ministerial sin confundirse y correctamente articulados en comunión orgánica brotan como fuerza espiritual para la edificación de la Iglesia y la salvación del mundo.

El reforzamiento de la comunión de todo el pueblo de Dios con los presbíteros en este año nos introduce en aquella espiritualidad de la comunión de la que Juan Pablo II hablaba (NMI, n. 43). Comunión que es vivida y celebrada de manera preeminente en la Eucaristía presidida por el obispo como fundamento de unidad en comunión con el Sucesor de Pedro. A través de ella nos unimos al sacrificio de Cristo ofrecido una vez para siempre y nos ofrecemos como oblación agradable a Dios.

Al enmarcar todo este año dentro de las dos fiestas del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia ofrece a nuestra contemplación este grande misterio, el misterio de un corazón de Dios, que se conmueve y que desborda todo su amor a la humanidad. De manera similar, el corazón de cada sacerdote debe ser un corazón que se conmueve delante de las heridas y de los sufrimientos espirituales, morales y corporales de los seres humanos, de cada hombre y mujer y, por eso, un corazón que desborda todo su amor sobre la humanidad, a ejemplo de Jesús, Buen Pastor. En este contexto el Papa ha afirmado: «Si es verdad que la invitación de Jesús a permanecer en su amor (cf. Jn 15, 9) es para cada bautizado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús –Jornada de santificación sacerdotal– tal invitación resuena con mayor fuerza a favor de nosotros sacerdotes, particularmente en esta tarde, solemne comienzo del Año Sacerdotal, querido por Mí en ocasión del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars». Reforzar esta espiritualidad cordial, del corazón nos puede llevar también a recordar tantos institutos religiosos que tienen en su título el corazón de Jesús y que fomentan esta espiritualidad.

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1L’Osservatore Romano, 27 de agosto de 2009.
2Así lo reconocía el Concilio Vaticano II por medio del Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros en la Iglesia: «Lo que aquí se dice se aplica a todos los presbíteros, en especial a los que se dedican a la cura de almas, haciendo las salvedades debidas con relación a los presbíteros religiosos. Pues los presbíteros, por la ordenación sagrada y por la misión que reciben de los obispos, son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio participan, por el que la Iglesia se constituye constantemente en este mundo Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo» (PO 1).
3 En ocasiones el lenguaje de las cifras resulta clarividente. Según la cifra oficial recogida en el Anuario Pontificio de 2009 y que aporta datos del año 2007, los presbíteros en la Iglesia eran 408.024. De ellos 272.431 son seculares y 135.593 (33%) pertenecen a Órdenes, Congregaciones religiosas, Sociedades de vida apostólica o Institutos seculares. Creo que se trata de un dato significativo. Más de un tercio de los sacerdotes de todo el mundo son consagrados tengan o no a sus espaldas un cargo pastoral con cura de almas.
4El ITVR ha realizado ya su valiosa aportación a través de la publicación de las actas de su IIº Simposio: Ministros ordenados religiosos. Situación-Carismas-Servicio, Publicaciones Claretianas, Madrid 2010 (=MOR) con contribuciones de A. Bocos, S. Del Cura, J.C.R. Gª Paredes, G. A. Gardin y J. Rguez. Carballo. Cuenta también con una amplia bibliografía sobre el tema preparada por el P. Bocos.
5Cf. JUAN PABLO II, Los religiosos sacerdotes (15-II-1995), en Juan Pablo II, maestro y profeta de la vida consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 2003, 107-110.
6Las cursivas en el original.
7Cf. A. Bocos, El religioso presbítero en la Iglesia particular, en MOR, p. 293.
8Cf. Juan Pablo II, o.c.
9“Hay quienes a la hora de describir la figura de los presbíteros residentes en un determinado territorio o en una Iglesia particular proceden desde un punto de vista operativo-pastoral, esto es, según los diversos encargos que desarrollan en la diócesis. Se distinguen así la figura del vicario general, vicarios episcopales, vicarios zonales, oficiales de curia, párroco, vicarios parroquiales, rector de iglesia o de santuario, capellanes, moderador de una unidad pastoral, formador del seminario, etc. Pero dentro de un estudio de la espiritualidad sacerdotal la delineación de las diversas figuras de presbíteros en una Iglesia particular deba proceder, más que desde un punto de vista funcional, desde los diversos tipos de espiritualidad y desde los dones espirituales que marcan y caracterizan su sacerdocio. A la luz de esta clave se podría distinguir la figura del presbítero diocesano (secular), de los presbíteros consagrados o miembros de una sociedad de vida apostólica y los miembros de una prelatura personal” (MAURIZIO COSTA, Tra identitá e formazione. La spiritualitá sacerdotale, Ed. ADP, Roma 2003, 205).
10Cf. V. GAMBINO, Risposta alla relazione di Mons. Velasio di Paolis, en A. MONTAN (dir.), “La situazione del Religioso Presbitero nella Chiesa oggi”, Atti del seminario di studio Roma, 31 de marzo 2005, Il Calamo, Roma 2005, 161ss.
11Ibíd.
12A. Bocos, Ministerio ordenado y vida religiosa en sus diversas formas carismáticas. Situación, cuestionamiento y búsqueda, en MOR, p. 57.
13En la catequesis de Juan Pablo II sobre los religiosos sacerdotes (15-II-1995) se despliega la forma en que los votos ayudan a vivir el ministerio ordenado del religioso y cómo, a su vez, interpelan, ayudan y estimulan a los presbíteros seculares a vivir su vocación en sus diferentes dimensiones. Si miramos lo que se refiere a la profesión de los consejos evangélicos, podemos encontrar ciertos valores que pueden y deben ayudar a los miembros del presbiterio y a todos los miembros de la vida consagrada. Los votos religiosos no son meras obligaciones asumidas en función del orden y el ministerio, sino que son anteriores a él, incluso pueden ir separadas del orden sagrado a la luz de toda la vida religiosa laical femenina y masculina, puesto que antes que nada son respuestas de amor para corresponder con la propia entrega al don de Aquél que nos amó primero. De este modo con este compromiso, anterior a la ordenación, los religiosos pueden ayudar a los sacerdotes diocesanos a comprender mejor y a apreciar más el valor del celibato. La castidad vivida por el Reino de los Cielos es incentivo y ayuda para el ministerio ordenado en clave de testimoniar el Amor absoluto. Respecto de la pobreza, los sacerdotes que pertenecen a un instituto religioso, en virtud de la vida comunitaria que testimonian, pueden vivirla de forma más radical. La profesión religiosa y la vita communis les ayuda a renunciar a sus bienes personales, mientras, por lo general el sacerdote diocesano debe proveer personalmente a su propio sustento. Por eso, pueden ser estímulo para ellos, sobre todo a la hora de poner en común diferentes recursos. «El voto de obediencia también está destinado a ejercer un influjo benéfico sobre su actitud en el ministerio sacerdotal, estimulándolos a la sumisión con respecto a los superiores de la comunidad que les ayuda, a la comunión del espíritu de fe con los que representan para ellos la voluntad divina, y al respeto a la autoridad de los obispos y del Papa al desempeñar el sagrado ministerio». Se espera de los religiosos no sólo obediencia formal a la jerarquía, sino también un espíritu de leal, amistosa y generosa cooperación con ella. Con su formación en la obediencia evangélica pueden superar más fácilmente las tentaciones de rebelión, de crítica sistemática y de desconfianza, así como reconocer en los pastores la expresión de una autoridad divina.
14A. Bocos, o.c., pp. 63-70.
15Los dos últimos aspectos serán más ampliamente tratados en los siguientes apartados.
16Vita Consecrata, n. 46.
17JUAN PABLO II, Los religiosos sacerdotes, o.c.
18Para el estudio de la figura del religioso presbítero en la Iglesia universal y particular véase el artículo de referencia de A. BOCOS, El religioso presbítero, en “Veritas in caritate”. Miscelánea Homenaje a Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Verbo Divino-Arzobispado de Pamplona y Tudela, 341-400, con una amplia bibliografía sobre la cuestión.
19«Dondequiera que os encontréis en el mundo, sois, por vuestra propia vocación para la Iglesia universal, a través de vuestra misión en una determinada Iglesia local…La unidad con la Iglesia universal por medio de la Iglesia local: he aquí vuestro camino» (JUAN PABLO II, Discurso a los Superiores Generales, 23 de noviembre de 1978).
20El Decreto Christus Dominus declara que los religiosos sacerdotes deben considerarse, en cierto modo, pertenecientes al clero de la diócesis y que los religiosos y religiosas pertenecen de manera peculiar a la familia diocesana (cf. CD. 34). El documento Mutuae Relationes afirma taxativamente que los religiosos deben sentirse verdaderamente miembros de la familia diocesana (cf. MR 18, b). La Exhortación Vita Consecrata, partiendo de la Iglesia como comunión y misterio y sobre las Iglesias particulares resalta «la importancia que reviste la colaboración de las personas consagradas con los obispos para el desarrollo armonioso de la pastoral diocesana. Los carismas de la vida consagrada pueden contribuir poderosamente a la edificación de la caridad en la Iglesia particular». Y añade: «Una diócesis que quedara sin vida consagrada…, correría el riesgo de ver muy debilitado su espíritu misionero, que es una característica de la mayoría de los institutos (cf. AG 18)» (VC 48). Más contundentes son las palabras del n. 29: «El concepto de una Iglesia formada únicamente por ministros sagrados y laicos no corresponde, por tanto, a las intenciones de su divino Fundador tal y como resulta de los evangelios y de los demás escritos neotestamentarios».
21 “El Sínodo, al tiempo que reconoce y estima los diversos carismas que los miembros de la vida consagrada aportan al conjunto de la vida cristiana en la Archidiócesis, desea promover el conocimiento de los distintos Institutos, sociedades de vida apostólica y otras formas de consagración y fomentar las vocaciones a las mismas. Los miembros de los diversos Institutos de vida consagrada que tienen encomendadas parroquias e instituciones por el Obispo en la Iglesia que peregrina en Madrid, han de acoger el proyecto pastoral y las líneas de acción de la Archidiócesis y participar en su realización, desde su identidad, visible también exteriormente, y desde su carisma propio” (A. Mª ROUCO VARELA, Vida y ministerio de los presbíteros de la archidiócesis de Madrid. Instrucción Pastoral para la aplicación de las Constituciones y Decreto General del III Sínodo Diocesano, n. 15, Arzobispado de Madrid, Madrid 2007, 23).
“El servicio de comunión pide también a los sacerdotes que reconozcan y promocionen los carismas y ministerios, suscitados por el Espíritu, destinados a enriquecer la unidad de la Iglesia y avivar el testimonio de su misión. La comunión en la Iglesia no puede reducirse cuestiones meramente organizativas ni estrategias de acción pastoral, sino que ha de animar y ofrecer el fundamento espiritual para unir la amplia pluralidad de dones, carismas y ministerios que se dan en la Iglesia. La comunión con los hermanos se manifiesta en la gozosa acogida de las distintas formas de la vida consagrada reconocidas por la Iglesia en el conjunto de la pastoral diocesana, y en la recepción fraterna y agradecida de los propios sacerdotes diocesanos. Los sacerdotes que pertenecen a estos Institutos, por su parte, han de contribuir con sus carismas y ministerios específicos a enriquecer el presbiterio cuando tienen un nombramiento diocesano, y a vivir, desde su presencia en la Iglesia particular, su apertura a la Iglesia universal en comunión filial con su Pastor supremo, el obispo de Roma, el Papa (Cf. CD 35, 3.4; VC 46)” (Ibíd., n. 26).
22J. C. R. García Paredes, Ministerio ordenado en la vida religiosa. Memoria, perspectivas, desafíos, en MOR, p. 174.
23Cf. G. A. Gardin, Obispo y clero diocesano en comunión en la Iglesia particular, en MOR, pp. 233-246.