Michael Brehl pertenece a esa nueva hornada de superiores generales que se caracterizan por la cordialidad, cercanía y el ejemplo. Es Superior General de los Redentoristas, y amablemente respondió a las preguntas de Vr sobre el momento de las religiosas y religiosos. Después de haberlo escuchado y, seguro que después de leerlo, se capta inmediatamente que estamos ante un hombre enamorado de la misión. Nacido en Toronto (Canadá) en 1955 en el seno de una familia numerosa, de origen irlandés, tras estudiar Física, Química y Matemáticas, acoge la llamada de Dios para ser misionero, testigo, apóstol… redentorista. Sin duda, otra matemática muy distinta, la de Dios, pero en la que es feliz.
Como Superior General tiene un conocimiento global de la congregación redentorista y de la vida religiosa. ¿Cómo califica este momento?
La vida religiosa y la Iglesia, en general, viven un momento de transición. En muchas congregaciones la mayoría de los candidatos vienen de países de Asia, África o América Latina… Sin embargo, es en Europa donde la mayor parte de familias religiosas tienen sus raíces. Los religiosos europeos, no sin dificultades y generosidad, han llevado el Evangelio a otras culturas y países. Sin embargo, en los últimos decenios constatamos que la sociedad se transforma de manera casi vertiginosa, y mi congregación está también llamada a cambiar. Por eso es necesaria la reestructuración, pero, no sólo en las formas sino, y sobre todo, en la conversión del corazón de los hermanos y las comunidades. Y esto es lo verdaderamente difícil e importante. Necesitamos dar pasos para que las estructuras faciliten este proceso de conversión a la vida, a la cultura, y sobre todo al Dios de Jesucristo.
No estamos llamados a escoger el camino más fácil. Si Dios continua llamando a jóvenes a seguir a Jesús en la vida religiosa es porque Dios sigue teniendo un proyecto para nosotros. Mi fundador, San Alfonso, siempre decía el “jefe” de la congregación es Dios con su Espíritu.
La vida religiosa va a tener un espacio y un lugar en la sociedad mientras la dignidad del ser humano no sea respetada y valorada según los planes de Dios. Los religiosos y las religiosas nos hacemos libres para entregarnos por el reino. Y también estamos llamados a testimoniar la Buena Noticia como fuente de alegría en comunión con los demás. En Europa, por ejemplo, tenemos una labor muy importante que desarrollar con los emigrantes y marginados, con la gente que se encuentra en las periferias. Por eso la vida religiosa está llamada a desinstalarse constantemente y a acudir a los lugares físicos y también teológicos donde se encuentran estas personas.
Sin embargo, cambiar el marco referencial occidental de la Iglesia a otras latitudes, no va a ser fácil…
Es cierto, la vida religiosa es muy joven en otros continentes. Estas personas que la están encarnando ahora necesitan tiempo, preparación y realizar un buen discernimiento vocacional en los países de origen. Si observamos la historia, no es muy distinto de lo que un día sucedió, por ejemplo, en Polonia, durante el comunismo o en otros países cuando había una situación difícil.
Es verdad que no estamos preparados y por eso he dicho que este proceso no es fácil ni simple. Necesita tiempo y espacios donde se pueda ir acogiendo esa originalidad en la forma de vivir la vida religiosa, y se necesita también, el convencimiento de que esas páginas todavía inéditas, son auténticas. ¿Es un proceso difícil? Sí. ¿Es imposible? No. Para Dios nada hay imposible.
Es fuerte la tensión individualista en todas las etapas de la vida. ¿Cómo la valora? ¿qué propone para atenuarla?
En este sentido pienso que existen dos peligros. El primero de ellos es acostumbrarnos a las capacidades de los candidatos y tratar de conservarlos en nuestras congregaciones aun disminuyendo la exigencia de la misión, esto es un peligro real. Por otro lado, sabemos que a los jóvenes les gustan los desafíos pero solamente cuando no parecen imposibles. El segundo, es enviar, y así desafiar a un candidato a realizar algo que él no puede hacer “solo”. En este sentido puede dar la impresión de que él debe de tener la capacidad de hacerlo, por eso es tan importante que nos entendamos a nosotros mismos como “un solo cuerpo misionero”. Somos un cuerpo cuando permanecemos unidos, y juntos es como únicamente podemos testimoniar el Evangelio en el mundo. Una determinada misión le es confiada a una congregación pero dentro de la Iglesia, por eso es la misión de la Iglesia siempre. La misión se confía a una congregación no a un particular. Tenemos la responsabilidad de compartir estos desafíos como “un cuerpo” con distintas y diversas partes. Por tanto, es posible que una persona cuando toma conciencia de que pertenece a un cuerpo más grande puede llegar a hacer cosas que ni imaginaba.
¿Se puede convertir la Iglesia europea en un “parque temático” como ya algunos vaticinan? (Seguir leyendo Vr 115/6 Jun (2013)