La revista del Vaticano denuncia que las monjas no deben ser «sirvientas de car- denales y obispos», que muchas no tienen un sueldo (o es muy modesto), que no tienen horarios o protecciones como el personal laico y que «rara vez estas religiosas son invitadas a sentarse a la mesa». Recordé cuando Francisco dijo en la JMJ de Río que la mujer no está «para lavar platos». Y en el 25 aniversario de la carta apostólica «Mulieris Dignitatem» lamentó que se confunda en ocasiones el «servicio» con la «servidumbre» en la función que le toca desempeñar a las mujeres en la Iglesia.
El tema es complejo porque en él influyen muchos aspectos como la formación que las religiosas reciben, el ritmo con que se actualizan las instituciones, la mentalidad religiosa y cultural, los carismas de las congregaciones. A todo esto, hemos de añadir el machismo demasiado extendido todavía en la Iglesia. El artículo de Donne Chiesa Mondo ofrece datos muy conocidos, pero que por primera vez se publican en un diario oficial del Vaticano. Las religiosas entrevistadas tienen miedo hasta de dar su nombre. Perfectamente comprensible.
Mis preguntas son: ¿Qué pasa con las superioras que permiten esta realidad?, ¿qué tipo de espiritualidad vivimos para ver todo esto como normal?, ¿cómo podemos buscar vocaciones a base de aprovecharnos de la pobreza de las personas? Algunos laicos me han echado el sermón por apoyar el artículo, algunas religiosas piensan como ellos; pero la mayoría pensamos como Francisco: «Sufro, lo digo de verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas organizaciones eclesiales que la función de servicio de la mujer, que todos tenemos y debemos tener, se transforma en un papel de servidumbre».