Confianza también es tener alguien en quién apoyarte, saber que hay una casa en la que siempre eres acogido, tener un lugar al que poder ir vengas de donde vengas. Entre los humanos, un buen ejemplo de este tipo de confianza es la madre. Pero incluso la madre a veces falla, tiene sus límites. Para los creyentes, hay una madre o, si se prefiere, un padre con entrañas maternales, que nunca falla y con el que siempre es posible volver a empezar. Es el buen Padre del cielo que, en Jesucristo, se nos ha revelado como perdón sin límites y amor incondicional. Solo en alguien así, alguien que sea Amor sin fisuras, es posible confiar plenamente.
Pero hay más, pues este padre con entrañas maternales, confía siempre en sus hijos, estén donde están y hayan hecho lo que hayan hecho. Incluso si tú no confías en él, Dios confía en ti. Cuando has perdido todas las confianzas humanas, alguien sigue creyendo en ti y te sigue esperando.
En el libro de los Salmos se puede leer: “mejor es refugiarse en el Señor, que confiar en los hombres”. Y añade: “mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes”. Ese tipo de sentencias valen especialmente para los creyentes. Deberíamos meditarlas despacio los que decimos que este Señor del que hablan los salmos, o este Padre al que invocaba Jesús, es nuestro punto de referencia.
Cuando todos te han fallado, hay uno que no falla. Y cuando todos tus jefes, superiores, o educadores, han dejado de confiar en ti, hay uno que sigue confiando. Si esos jefes, superiores o educadores quieren parecerse a ese que también es su Señor y al que dicen representar, ahí tienen un camino que les vendría bien recorrer.