Los religiosos han entendido y así lo han presentado en las distintas intervenciones, que la comunidad es el ámbito más claro y mejor para propiciar un nuevo acercamiento del hombre contemporáneo a Dios. Tanto la experiencia ecuménica de Taizè, como la de Bose, han sido propuestas como paradigmas claros de cómo puede hacerse presente la fuerza evangélica en los contextos más alejados. Se trata de ejemplos donde se da la acogida real donde la persona está, con su historia o su carencia de ella; en su estado cristiano o pos cristiano; con sus condicionantes de alejamiento o compromiso. La comunidad que ora y culturalmente entra en relación con lo humano se convierte así en un signo claro de esta reducción significativa que propugna la liberación de ropajes o medios que en otro tiempo sirvieron pero que hoy, desgraciadamente alejan a la persona.
Fue una constante en la asamblea sinodal la alusión a los pobres. Muchos padres provienen ciertamente de contextos de exclusión; lugares que no conocen la paz y tierras que no tienen otra posibilidad que las migajas que el mundo satisfecho deja caer. Tanto el mensaje como las proposiciones quieren hacerse eco de los pobres como lugar querido por Dios para hablar de nueva evangelización. La superiora general de las Hermanas de la Caridad de la M. Teresa de Calcuta ofreció, con sencillez, una clave que es de toda la vida religiosa. La vocación de presencia en medio del que sufre no es un trabajo, sino la expresión de que «pertenecemos a Jesús». Se trata, decía la hermana, de convertirnos «tocando a Jesús en los pobres». Abrazar la espiritualidad del decrecimiento supone para la vida religiosa, una reestructuración y redistribución, haciendo todavía más explícita la presencia con los que están al borde del camino y, en un todavía más, haciendo que los pobres estén en nuestras comunidades.
Nuestra humanidad es muy sensible a quienes de manera firme, decidida y voluntaria abrazan una presencia significativa en los no lugares de Dios, allí donde se está jugando la salud, la vida, el bienestar, la ecología, la paz. Una de las consecuencias más ricas del Sínodo de la Nueva Evangelización ha sido que no se ha concluido en una cadena de acciones con el fin de conquistar los corazones de la humanidad. Se impone un cambio de mirada en quienes nos reconocemos evangelizadores. Sólo desde la contemplación seremos capaces de entender el mundo y su desarrollo, los signos de solidaridad y también los de muerte como un lenguaje de Dios. La vida religiosa tiene que relocalizarse, esto es, encontrar su localización en un doble movimiento: por un lado, hacerse significativamente presente. Lo que exige que estén cuidados sus componentes de contemplación, comunidad y misión para poder regalar en el contexto concreto la alternativa de una fraternidad que reconstruya la sociedad herida. Y por otro, esa relocalización, debe convertir a la vida religiosa en aquello para lo que fue fundada, para llegar a «nuevos escenarios» gracias a su libertad carismática.
Benedicto XVI de modo admirable glosó la figura de Bartimeo como un ejemplo de evangelización. Aquel que había perdido algo importante, lo más importante de su vida y lo recupera. Estaba fuera del camino. Quizá cansado, abatido y ya sin fuerzas para intentarlo. Pero algo nuevo tiró de él, lo condujo a sacar y recuperar lo mejor de sí. Descubrió que sólo había una cosa importante y se convirtió, de nuevo, en evangelizador, ágil y con visión. Se trata del gran reto de la vida religiosa: reducir, restituir y reponer. Algo así como reubicar la centralidad de la vida.
La vida religiosa es mucho más que un recurso de evangelización, que aparecía en el Instrumentun Laboris. Es una ofrenda amable, comprensible y radical a un mundo que necesita alternativa. Experimenta un sensible decrecimiento, pero es una reducción positiva, purificada y necesaria. Es la reducción de una Iglesia que tiene que encontrar su sitio y misión en la sociedad del siglo XXI. En su seno, en su corazón, como un don carismático insustituible, como expresó en el Aula la presidenta de la Unión de Superioras Generales, la vida religiosa está viva… muy viva.
ÍNDICE
El Sínodo pide a los religiosos acudir a las fronteras sociales, culturales y teológicas, Josep Mª Abella
Homilía del Santo Padre en la inaguración del Sínodo de la Nueva Evangelización
Meditación del Santo Padre I
Meditación del Santo Padre II
¿Hemos aprendido de la primera Evangelización?, Adolfo Nicolás
Algunas características importantes de la Nueva Evangelización, Josep Mª Abella
«El reto es presentar la misión», Robert F. Prevost
La Nueva Evangelización como respuesta a los interrogantes humanos, Renato Salvatore
Un evangelizador «nuevo» en el corazón de la Nueva Evangelización, Pascual Chávez
«Venid y veréis» (Jn. 1, 39), Pascual Chávez
La Nueva Evangelización en las órdenes mendicantes, Mauro Jöhri
Nueva evangelización: encuentro con Cristo, encuentro con el hombre, Mario Aldegani
La Nueva Evangelización es cuestión de nuevas relaciones, Marco Tasca
Pedagogía de la Fe, Heinrich Walter
Evangelizadores nuevos, José Rodríguez
Dejarse enseñar por la paciencia de Dios, Bruno Cadoré
Momentos de presencia, escucha, servicio y acción, llaves para la Nueva Evangelización, Gregory Gay
«Los pobres de la tierra no pueden esperar más», Inmaculada Fukasawa
Los jóvenes y la Nueva Evangelización, Álvaro R. Echeverría
«Encontrar a Jesús en el hogar de los moribundos», Mary Prema Pierick
Vida consagrada y Nueva Evangelización, Yvonne Reungoat
Mensaje final al pueblo de Dios
Siete reflexiones a partir del Mensaje Sinodal, José Cristo Rey García
«El testimonio de la vida consagrada está cambiando pero está vivo»,Mary Lou Wirtz
Las instituciones educativas católicas, en el corazón de la Iglesia, Emili Turú
Homilía de Clausura
Índices 2012