COMO EN UN ESPEJO

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De vuelta al paraíso
 

El pecado divide antes de consumarse y cuando se consuma, y deja como fruto la división, antesala de la muerte.
Con astucia de serpiente se insinuó al principio en el ánimo de la mujer: “Lo que pasa es que Dios sabe que, en cuanto comáis del árbol, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, versados en el bien y el mal”. 

 “Dios sabe”, le dice; para que la mujer entienda: “Dios te oculta” lo que yo te revelo.
Si acepta que Dios la engaña, la mujer habrá comido ‘la discordia’ antes de comer ‘la manzana’, habrá caído en las redes del tentador antes de “caer en la cuenta de que el árbol tentaba el apetito”, se habrá envenenado antes incluso de “coger la fruta del árbol”.
Cuando coma, ya sólo se le abrirán los ojos, y sabrá que no ha comido saberes divinos sino división, desunión, separación, infierno, muerte.
El jardín que Dios había plantado, y en el que había colocado al hombre para que lo guardara y lo cultivara, ahora es, a la vista de todos, un paraíso perdido, un parque prohibido, un juguete que el niño ha destrozado, un sueño que la muerte ha desvanecido.
Y el hombre deja de tener hermanos a quienes amar, para tener desconocidos a quienes matar: “Cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató”. Entonces, como si en aquel campo Caín hubiese comido de su propio árbol prohibido, también a él se le abrieron los ojos –“mi culpa es grave y me abruma”-, y también él supo que habría de ocultarse de Dios: “Caín salió de la presencia del Señor y habitó en Tierra Perdida”.
La división, que destruye el paraíso y mata al hermano, se extiende desde el jardín de Edén al campo de Caín, hasta el lugar de la Calavera.
Desde la muerte de Abel el Justo hasta la muerte de Jesús el Nazareno, la tierra se abrirá para recibir sangre de hermanos.
Un día, los discípulos dijeron a Jesús: “Enséñanos a orar”. Jesús les dijo: _”Cuando recéis, decid: Padre, que tu nombre sea santificado”.
Con una sola palabra, Padre, el discípulo de Jesús, vencido el miedo y abandonado el escondite, se hace presente al Señor a la hora del encuentro. Cuando en la oración decimos Padre, la tierra vuelve a ser casa de hijos de Dios, casa de hombres hermanos. Con esa única palabra, Padre, los creyentes recorremos el camino que lleva de la muerte a la vida, del desierto al paraíso, de Tierra Perdida a la Tierra prometida que es Cristo Jesús.